¡Y cuando los años pasen!… Poema de Alexander Domínguez

¡Y cuando los años pasen!

Y cuando los años pasen ¿qué será de mi historia? ¿Qué será de lo vivido? ¿Qué será de la siembra que tuvo su raíz allá en mis inicios de la sobriedad?

Algún camino habré trillado, otro mirare con absoluto recelo de haberlo conocido y otro, será la clarividencia de quien soy…

Cuando pasen los años, las páginas de mi diario tendrán remarques, tendrán borrones, tendrán títulos y tendrán párrafos…

Cuando pasen los años, mis anécdotas se harán escuchar, mis cuentos serán parte de un olvido o serán objeto de subtítulos subrayados en negritas, definidos en un esquema sin paradigmas en cuadernos de doble línea….

Cuando los años pasen, conoceréis mis anhelos, mis sueños, mis esperanzas y mis deseos…

Cuando los años pasen, allí estaré firme en el corazón de quien me ha amado, en la cuenta de ahorros de quien me llevó por siempre en su sangre y en la más pura esencia de mi ser…

Cuando los años pasen solo el silbido del viento, la maravilla de la madurez y la ganancia del éxito serán mis grandes aliados y…

Cuando pasen los años, solo pido a mi Dios bendito que perduren la Fe y la convicción de que el mejor regalo que tiene el ser humano es la vida…

Cuando los años pasen, le diremos hasta pronto bendito tiempo, que rápido pasaste y que poco nos duraste…

Semblanza del autor

Alexander Domínguez es un poeta aficionado. En jerga de su lar natal, Ceiba Mocha, municipio Tucupita, es un pichón de poeta. Un bardo, que compagina el conocimiento claro y preciso, diríase casi científico, del acervo automotriz, con los misterios insondables e inasibles de la musa.

Este adulto contemporáneo, que combina el bigote acicalado con la permanente sonrisa, como rasgos característicos, se aficionó a la lectura desde niño gracias a los periódicos olvidados, que dejaba su papá taxista en el carro cuando regresaba al hogar, hurgando en la página extendida en busca de aquellos rincones en que se escondía la poesía.

Años después, cursando el bachillerato, de la mano de los profesores Ramón Antonio Yánez, Alejandro Cequea y Marlene Barrera, contrajo matrimonio formal de por vida con la literatura, lleno de gratitud con sus inspiradores al haberle abierto la puerta de un mundo de tesoros escondidos.

Aquejado de ese dulce mal que le corroe las venas, es capaz de recitar al hilo, sin tropiezos ni pausas, una larga lista de obras imprescindibles del realismo mágico latinoamericano, impresas a fuego en su epidermis.

Ya mayor de edad, consciente de una vocación irrenunciable, empezó escribir para sí mismo, luego para quien quisiera leerlo, por último, queriendo ser leído, compartiendo su pasión por los universos reales o imaginarios entretejidos en los sonetos y rimas.

Llegados a este momento, nos confiesa que algún día cumplirá uno de su más caros anhelos, recopilar cuanta haya escrito para publicar un libro. Huelga decir que el árbol ya lo sembró y tuvo, por supuesto hijos.

Mientras, igual que el Louis de la canción de Franco de Vita, continuará al frente de Parking Toyota, su agencia de venta de repuestos, cultivando en secreto un amor que va dejando de ser oculto o escondido.

 

 

 

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