
Al gran Emilio Suárez, cuyos hombros de titán sostienen hace rato una de las cuatro columnas de la lucha olímpica deltana, le fue reconocida formalmente la membresía olímpica.
El peso pesado de la disciplina de las orejas de coliflor, acudió a Atlanta 96 en una comitiva conformada por 6 competidores, de los cuales tres eran del patio: Antonio García, Elías Marcano y, por supuesto, Suárez.
Con pies de plomo y musculatura de acero, ha resistido las tormentas, tsunamis, sismos y guerras internas del deporte emblema en el estado, sin moverse un milímetro del gimnasio Luis Malinda Rojas.

Mientras los otros van y vienen, vuelan y regresan, se aventuran y retornan cuales hijos pródigos, Suarez los espera como el papá de la parábola bíblica, con los brazos abiertos.
Con la mente y el corazón abocados en cuerpo entero a preparar, en compañía de cinco entrenadores los gladiadores que intervendrán los días 18, 19 y 20 de octubre en el nacional sub 15, a realizarse en casa, atesora un sueño entre pecho y espalda que más temprano que tarde alcanzará: volver a las olimpiadas con uno o varios atletas y traer consigo la medalla, está vez como preparador, que 27 años atrás le fue esquiva.
Cada vez más cerca, en plena madurez vital y deportiva, jura que no se despedirá sin conseguirlo.
