Hace 25 años, José Ángel Gascón, recién condecorado el Día del Periodista, con la Orden Sol Naciente, máxima distinción del Estado Delta Amacuro, fungió de detective.
Con casi 3 décadas en aquel entonces de ejercicio reporteril, la ocasión significó un hito en su carrera.
Luego de hacerle seguimiento al caso, publicando una nota diaria durante un mes, decidió formar parte activa de la investigación.
“Teníamos al pueblo en vilo con nuestras informaciones y la gente estaba ávida de saber que había ocurrido, sin embargo, era muy poco lo que arrojaban los cuerpos de seguridad, sintiendo de nuestra parte que debíamos avanzar” manifestó el osado comunicador.

Los hechos
Barrancas de Fajardo o Barrancas del Orinoco, como comúnmente se la llama, es una población situada al sur del estado Monagas.
Un malhadado día del pasado siglo, una madre soltera denunció la desaparición de uno de sus dos hijos, un bebé de 8 meses. La hija de 5 años permanecía en casa.
Ante la extraña ocurrencia de un posible secuestro en un lugar apacible, calmo y escasamente poblado, en el que apenas si había sucesos, los habitantes del lugar se solidarizaron de inmediato con la infortunada e hicieron del asunto el principal tema a abordar cada mañana.
Participada la policía barranqueña y la delegación municipal de la PTJ en Temblador, a media hora de Barrancas, comenzaron las pesquisas que habrían de prologarse infructuosamente por espacio de 30 días.

Entra en acción Gascón
Tras rebuscar incansablemente, escribir con fruición y asentar definitivamente la noticia en el imaginario colectivo, convirtiéndola en materia de análisis cotidiano de pescadores, artesanos, curas, políticos y cuanto estrato social hubiera, decidió, a la calladita, averiguar por su cuenta.
Es así que, guiado por la intuición, comenzó por el punto de partida que a la postre resultó ser el de llegada.
El intrépido articulista, curtido en los gajes del oficio, se lanzó en carrera desenfrenada a cortejar a una de las presuntas víctimas, la madre del infante desaparecido.
Una noche cualquiera, luego de varios encuentros, supuestamente fortuitos, Gascón lanzó el anzuelo y la invitó a tomarse unos tragos.
El reloj daba las 7 pm, hacía mucho calor y a la dama le provocaban unas cervecitas, razón de peso para aceptar gentilmente la invitación del periodista, reconvertido en investigador.

La cruel revelación
Habiéndose zambullido en la madrugada, ebrios los dos, más ella que él, la mujer quiso ir a un hotel y en un magistral golpe de timón, Gascón logra convencerla de acudir los dos al hogar de la susodicha.
Simulando estar totalmente beodo, en los preámbulos del escarceo amoroso, la aludida sin prenda alguna –“como Dios la trajo al mundo, pura y virginal” acota en su relato- y él sin camisa, empieza a hablarle mal de los niños, de lo mucho que entorpecen la vida de una persona.
Sin mayor conciencia de lo que decía, derretida ante su Don Juan, le compra la idea contándole, “es verdad, atrás en el patio está enterrado uno, yo quería rumbear y no podía, hasta que lo mande para el otro mundo”.
Padeciendo de vértigo repentino, deslumbrado por la revelación, como pudo la ayudó a conciliar el sueño, se puso la camisa y a las 7 am, estaba a las puertas de la policía barranqueña.
El triste final
Sin orden de allanamiento, deseosos de poner fin al drama, ingresaron a la humilde vivienda y comenzaron a excavar en el patio.
Una hora después, en un lugar en el que había marcas en el suelo, removieron la tierra y encontraron el pequeño cuerpo descompuesto, con las manitos sobre el pecho y la marca de la asfixia mecánica en el cuello.
Fue entonces cuando llegaron los funcionarios de la antigua PTJ, aislando el perímetro y desalojando a los funcionarios policiales, incluyendo a Gascón, a quien poco le importó, a esas alturas el doble trabajo de periodista-investigador había finalizado.

Un último incidente
La historia no había terminado y nuestro héroe debió padecer una inesperada consecuencia, estando fuera vio salir esposada a la culpable del crimen, quien al apenas divisarlo, comenzó a gritarle todo tipo de improperios, al modo de un final hollywoodense de película.
El reportaje final sobre el infanticidio
Conocedor de que la noticia valía oro en polvo, se comunicó con el reportero gráfico Freddy León padre, para que viajara raudo y veloz desde la capital deltana, y tomara la fotografía principal de la crónica, reflejando el momento en que introducían a la asesina en la patrulla.
También llamó a Oceánica 98.5 FM, una de las dos FM activas para la fecha, dando el tubazo en Tucupita.
De vuelta a su ciudad natal, satisfecho con la acción, redactó una de las notas de prensa que más le costó y le satisfizo en la vida.

Gascón aclaró
Espoleado por quien esta nota escribe, insinuándole que había tenido relaciones sexuales con la desnaturalizada mujer, tajantemente replicó: “no lo hice porque habría violado la ética periodística y no era el objetivo, haber intimado en esas circunstancias habría sido una bajeza de mi parte”.
Consultado sobre su destino final, respondió “la trasladaron a la Pica de Maturín, cárcel nacional en que ha debido purgar la máxima pena”.
Cerró con una frase
“Donde esté la verdad, la buscaré y eso hice”. Digno final de la investigación que mantuvo en vilo 30 días a Barrancas y el Delta.
Nota del editor: muchos datos fueron omitidos para evitar retaliaciones y proteger al laureado periodista.
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