Tres atletas venezolanos de elite sucumbieron a la violencia extrema de la isla
En la nación caribeña “no juegan carrito”, diría un landro tucupitense.
Cierto es, para muestra las tragedias recientes: Maifer López, Héctor Marín Valderrey y Josué el “general” García.
Figuras de distintas disciplinas, fueron asesinadas o desaparecieron sin dejar rastro.
El boxeador en ascenso, otrora integrante de Caciques de Venezuela, la selección en tránsito al profesional del país; un exluchador exmiembro de la selección nacional, con medallas en cada categoría desde niño a juvenil; y el crack de futbol sala y futbol de salón, con trofeos en todas las competencias federadas; vieron truncado su vuelo.
Sanos, laboriosos, fundamentosos y corajudos, con un historial brillante a cuestas, quizá vivieran si estuvieran en su nación. En todo caso, no habrían muerto. No los tres.
Maifer, con sus puños de acero, tenía los ojos puestos en EEUU y en el título mundial de su categoría; Héctor soñaba con entrenar niños y jóvenes hasta llevarlos a las Olimpiadas -uno de sus mil sueños, decía-; y el “general” Josué, aun jugaba en ligas master de futsal de T&T.
Tristemente, al de Carapal de Guara (Josué) lo asesinó otro venezolano, también futbolista, al intentar proteger un conocido; al de la oreja de coliflor (Héctor), pudo haberlo puñaleado un connacional al no tener como defenderse del multicampeón; y el de la nariz chata (Maifer), cuidando siempre a su hermano musico, va para dos años ausente.
Una cosa es verdad, los de la tierra del agua, han sido nobles hasta la medula, valiéndose de sus manos y corazón para poner a los desadaptados en su lugar, sin saber que, algunos de otras geografías, cobardes por naturaleza, prefieren el puñal traidor y huir como ratas de alcantarilla antes que caer en las garras de la justicia.
Consuelo no es, más alivia.
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