A Stalin lo llamó así su señor padre, comunista tropical, devoto de la izquierda, deseoso de que su hijo también lo fuera.
Ciertamente lo marcó, aquel niño apenas daba los primeros pasos y ya decía querer dominar las artes de la oratoria y la política para cautivar a los libertarios y reaccionarios de siempre, a los defensores a ultranza de la igualdad, la fraternidad y la justicia.
Esa impronta se mantuvo y al muchacho con la marca invisible de la hoz y el martillo bajo la piel, le correspondió asumir la dirección de Agitación, Propaganda y Comunicación del partido de gobierno en el Delta, la reconocida APC.
La figura más emblemática que estuviera al frente de dicha entidad, fue sin lugar a dudas Tomás Barreto. El desaparecido líder político, la tomó en sus brazos como a un bebé y la fue alimentando con su espíritu combativo hasta convertirla en referencia.
Donde estaba Tomás estaba la APC y viceversa. Casi siempre en segundo plano ante el aparato comunicacional de los gobernantes de turno, al nativo de San Salvador le gustaba individualizarla, darle corporeidad e impulsarla, otorgándole la majestad de caja de resonancia de la izquierda revolucionaria, del partido de gobierno y de los chavistas al mando, en equilibrio los tres, superponiéndola a cuanta pretensión personalista hubiese.
Ese fue su legado y será lo que le corresponda hacer a Stalin, un rebelde de los nuevos tiempos, joven y enérgico, sin los mostachos ni la severidad de aquel que llevó su nombre y que durante 30 años controló total y absolutamente la URSS, con un aparato comunicacional que no admitía desviaciones ni equívocos.
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