Rendidos y presos en Trinidad, (última parte)

Están agotados, sedientos y hambrientos, aunque la adrenalina que recorre sus cuerpos los neutraliza. Marco decide ir junto al grupo que eligió seguir huyendo de la persecución policiaca. Por su mente corre la posible realidad de quienes regresaron: ¿ya estarán a salvo?, ¿cómodos? Él solamente sigue corriendo.

“Yo dije entre mí, verga: ¿será que los demás ya están presos? Ya habrán comido y están tranquilos, para qué habré venido”.

Son las 4 de la mañana. El terreno comienza a cambiar de características. Conforme siguen corriendo, ahora notan cerros: subidas y bajadas, la vegetación es menos espesa. Entre ellos ya se distinguen rostros porque a lo lejos comienza a aclarar el día. Ya no corren, ahora solo caminan casi rendidos. Marco quiere tirarse entre las malezas y dejarse controlar por el sueño, el hambre, el cansancio o la muerte. Pero tiene razones para no hacerlo: los drones y helicópteros los asechan.

“De pana que ya no aguantaba más. A veces me sentía como si estuviera enratonado, las piernas mías estaban flojiticas, lo que me provocaba era tirarme por un laíto y quedar ahí listo, pero en eso escuchamos primero como africanas, cuando vimos bien, eran drones. No sé si ya nos habían visto, pero comenzamos la carrera otra vez”

Los zumbidos por los drones que parecen tener armas se escuchan sobre ellos, en medio de la vegetación que todavía juega a favor de Marco y compañía. En total corren 7 personas, todos hombres y tras ellos, una de las persecuciones más temible. No son drones simples: son grandes, tienen focos de alta resolución y luces verdes que pueden ser las cámaras de visión nocturna.

“Allí sacamos fuerzas de no sé dónde, pero le dimos a donde había más montes, para que los drones no puedan volar con facilidad”.

Uno de los que huye con Marco cae y dice no poder más. Está llorando, lo hace por los dolores físicos y la decepción de no estar lográndolo. Algunos quieren ayudarlo, otros prefieren dejarlo allí. Marco y dos personas más deciden llevarlo arrastrando. Ninguno de ellos se conoce, solo saben que son venezolanos y se tienen de apoyo ellos mismos. Arriba, uno de los drones se detiene sobre ellos. ¿Ya están acorralados?

“Pa` remate un chamo se cae porque creo que le estaba dando calambre. Dijo que siguiéramos, pero de pana que me dio corte dejarlo ahí y le dije a dos chamos que me ayudaran a arrastrarlo”.

Los cerros se hacen más altos y sus fuerzas más bajas. Ya no hay muchos árboles, ahora el campo por donde huyen parece una sabana con pendientes. Están a la vista de los drones y con el sol frente a ellos, en el horizonte de las 6 de la mañana.

“Sabíamos que nos tenían en la mira, pero seguíamos, hasta que apareció el helicóptero.

A varios kilómetros oyen venir un helicóptero y sus esperanzas de huir ahora son mínimas. Ya no tienen árboles, selva ni otro lugar a donde ir. Dos hombres encapuchados y desde el helicóptero apuntan sus armas largas hacia Marco y los demás. Todos quedan petrificados. Alzan las manos, el helicóptero va descendiendo poco a poco y los tiran al suelo. Pronuncian varias palabras en inglés. Marco admite que aquella película de persecución ha terminado. Ahora solo hay temor de ser agredidos sexualmente y asesinados por los policías.

“Cuando vimos el helicóptero nos entregamos. Sabíamos que estábamos fritos porque no teníamos para dónde agarrar. Pero de pana que como le dimos trabajo para agarrarnos, pensé que nos iban a coger y después matar. Tú sabes, uno piensa de todo cuando cree que va a morir”.

No hay agresión sexual, pero sí patadas y golpes en el estómago. El que parece ser el comandante del grupo grita: stop, stop, right now, es lo único que entiende Marco antes de ser esposado. Lo escuchó varias veces en las películas que vio siendo un niño.

“Al rato llegó una camioneta todo terreno y nos llevó a Chaguaramas, uf, viajamos como dos horas, ese día llegamos a la cárcel a las 9 de la mañana y no nos dieron comida hasta las 12 del mediodía, creo que fue como un castigo”.

 

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