Marco y su compañero luchan contra las olas cada vez más feroces. El pequeño bote está llenándose de agua. Intentan mantener la proa contra las marejadas. Pero a esa hora, con el sol muriéndose y la oscuridad acechándolos, todo es incierto. Ruegan porque el tercer coyote regrese a la embarcación para así huir de la pesadilla que apenas comienza.
Por segundos, ambos caen de un lado al otro del bote y pierden parte de sus sentidos por el shock. Al volver en sí, Marco comienza a sentir fuertes ardores en su pecho, nalgas, pene y bolas, acompañado por un penetrante olor a gasolina. Ninguno se ha dado por vencido, no hasta la muerte, como lo habían prometido antes de zarpar de Tucupita en Delta Amacuro.
“Ninguno nos rendimos, tuvimos que prender el motor para medio salir de la orilla, para salir de los golpes, se había botado gasolina, no sabíamos si regresaríamos o no”.
Ya están a salvo y su tercer compañero regresa de entre las malezas. Hasta ahora la calma apunta estar volviendo luego de la tormenta.
«Al llegar al barco (un lugar entre Venezuela y Trinidad) compramos gasolina al tipo de un bote para regresar a Punta Pescador y así llegamos a Tucupita».
Aún con un sinsabor de boca por deudas y por sobrevivir al primer viaje, planifican un segundo zarpe; esta vez sin el apoyo y separados del hombre que les prometió dinero, pero no les cumplió.
Repiten todos los protocolos de zarpe como la primera vez y ya están una vez más en el reconocido barco, esperando el aviso de poder cruzar hasta Trinidad y Tobago, tras conocer que la Guardia Costera no está vigilando.
«Llegamos a las 9 de la noche al barco. Allí estaba otra embarcación. Esperamos hasta las 12 de la medianoche para cruzar y todo estuvo bien».
En la embarcación donde está marco, son 4 los de la tripulación, incluyéndolo. El bote ancla en la orilla y todos los pasajeros se lanzan al mar. Algunos de ellos, de baja estatura, deben nadar. Otros caminan con el agua casi al cuello. Se oye entre susurros: «dale, dale», «quítate la camisa», «cuidado con una raya». Nadie sabe quién habla, quién se está ahogando. Todo está oscuro.
«Toditos se lanzaron al agua, los pasajeros y nosotros. Solo uno quedó en el bote. Nosotros fuimos a buscar unos tambores de gasolina para regresar.
Marco y dos coyotes más van a toda prisa hasta una cabaña abandonada donde están los tambores de gasolina. Los tumban y los ruedan hacia el muelle. Ya están llegando, y entonces una luz los sorprende desde el mar. Desde un altavoz y una gran embarcación que nadie había visto, se oye un grito de advertencia, pero en inglés. Nadie los entiende, pero presumen que les están diciendo «deténganse».
Marco y sus amigos han quedado paralizados, hasta que escuchan cinco disparos. Todos corren por doquier y se meten entre las malezas, el bosque. Sálvese quien pueda. Se oyen las ramas tronar, ellos chocan entre sí, desconocen quién cae. Allí van los venezolanos, allí va Marco, que le ha perdido el rastro a sus compañeros.
«Corrimos y corrimos sin parar. Algunos se entregaron. No sabíamos para dónde íbamos, pero íbamos pa’ lante».
Son las dos de la madrugada. Todos están agotados. De momento hay silencio. No hay brisa que acompañe. Varios de ellos encienden sus celulares y se dan cuenta que están todos muy cerca.
«Cuando prendieron los celulares todos estábamos cerquita, eran las 2 de la madrugada. Allí comenzaron a discutir».
La discusión va en torno a si seguir o parar. Unos dicen que se quedarán y otros, que se marcharán.
«Algunos se querían quedar y otros querían irse. Allí dijeron que lo mejor era seguir porque los policías tenían perros de caza. Los otros decían que iban quedarse y salir de día para ver si conseguían la cola en un bote que llegara».
Marco decide seguir con otro grupo. Avanzan y sobre las 3 de la madrugada ahora los persiguen drones y helicópteros.
Continuará…