Foto: cortesía de Toni Medina (Kaina TV)
La dama de hierro de la Lucha olímpica deltana, aprendió a no llorar. Puede estar derramándose el Orinoco por dentro y no verán una lágrima.
En su cultura familiar y formación deportiva “las chicas duras no lloran”, menos aquellas que son luchadoras. Son signos de debilidad que no tienen cabida ni deben ser tolerados.
No pasa lo mismo con las nuevas generaciones, que algunos llaman de cristal. Lo suyo es decir lo que sienten y si les corresponde soltar las lágrimas, lo hacen, ni modo. Aprendieron a exteriorizar los sentimientos, más allá de que algunos piensen que eso es fragilidad. Sus emociones están a flor de piel. Son los tiempos que vivimos.

A Perla Peña Pitre le correspondió cerrar el nacional de Lucha escolar sub 15, celebrado en Delta Amacuro. Fue la última contienda y lo hizo con broche de oro, derrotando rápidamente a su fortísima rival de Sucre. Tan rápido ocurrió, que ni ella misma se lo creyó, rompiendo en llanto.
Rodeada de la gran familia de la disciplina en el estado, pudo al fin desahogar la enorme presión que sentía al ser hija de un gran entrenador, Daniel Peña, y de la coprotagonista de esta historia, la laureada Perla Pitre, en el sentido de entregarse por completo para triunfar, derramando cual volcán en erupción, al obtener la cuarta y última victoria, un enorme caudal de lágrimas.

Su madre, con el talante sereno la llamó al panel de transmisión de Radio Fe y Alegría Noticias 92.1 FM, Tane Tanae, Kaina TV y NotiCodigo, del cual formó parte fundamental estos tres días y orientándola en torno a lo que iba a decir a través de los micrófonos, únicamente le pidió que agradeciera al Señor, lo que “Michi”, como cariñosamente la llaman, hizo de inmediato.
No pudo expresar más, su rostro bañado en la sustancia salina y nebulosa que brotaba de los ojos, reflejaba la agitación interior, la explosión de felicidad que experimentaba.
Extraordinario final de una competencia en la que la tierra del agua, volvió a ser la fuerza dominante del “wrestling” venezolano.
A 60 años de su arribo e instalación en la Princesa del Manamo, sus fieros practicantes pueden decir: ahora es cuando.
