Notas al “Ensayo sobre la servidumbre voluntaria”, por Rafael Rattia

Su autor, Étienne de la Boétie, nació en Sarlat, Francia, en el año de 1530 y murió en Germignan el 18 de agosto de 1563 a la corta edad de 32 años.

La historia de las ideas filosóficas registra que su muerteocurrió por decisión propia; es decir, por muerte voluntaria.

Desde muy joven aprendió griego y latín y sus biógrafos dan cuenta de sus apasionadas lecturas de Jenofonte y de Homero en la lengua de Hesíodo y Tucídides.

Étienne de la Boétie cursó estudios de Derecho en la Universidad de Orleáns y gracias sus talentos y dotes intelectuales logró convertirse en consejero del Parlamento de Burdeos y gracias a sus buenos oficios y certeras intercesiones como asesor diplomático se logró alcanzar un encomiable clima de paz civil durante las guerras de religión que enfrentaron encarnizadamente a católicos y protestantes.

Escribió sonetos y versos en latín pero alcanzó notoriedad y fama universal como ensayista gracias a su harto conocido “tratado” de desobediencia civil y política “Ensayo sobre la servidumbre voluntaria” o “Contra Uno” publicado por vez primera en el año 1574 o bajo la traducción de Diego Tatián para la editorial La Cuarenta, Buenos Aires, Argentina, 2010, seguido de un ambicioso estudio sobre La amistad: rehusarse a servir, escrito por Marilena Chaui.

En 1968 gracias a la magistral traducción llevada a cabo por el filósofo y helenista argentino Ángel Cappelleti quien adoptó a Venezuela como su cálida segunda patria y a quien tuve el gusto de conocer personalmente durante la segunda mitad de la década de los años 80 de la pasada centuria cuando se desempeñaba como profesor de la Maestría en Filosofía de la Universidad de Los Andes de Mérida-Venezuela.

El “Ensayo sobre la servidumbre voluntaria” vio la luz por primera vez en lengua castellana para solaz y beneplácito intelectual de la sensibilidad filosófico-literaria de los lectores de lengua castellana proclives a la valoración del pensamiento libertario y emancipatorio del mundo de habla hispana. Me agrada el hermoso gesto de reconocimiento del traductor Diego Tatián al encomiable esfuerzo de traducción de la vasta obra capellettiana, ciertamente de imponderable vastedad como de lamentable olvido por parte de las generaciones contemporáneas de historiadores de la filosofía.

La columna dorsal del Discurso laboetiano  enfatiza con meridiana claridad el carácter voluntario del siervo o esclavo ante el amo o el tirano moderno, llámese rey, monarca o gobernante o presidente.

No olvidemos la inoxidable y entrañable amistad que cultivaron Étienne de la Boétie y el padre del Ensayo Michel de Montaigne, una amistad que trascendió a los siglos venideros alcanzando la imperecedera condición de eternidad clasicista.  Dice el pensador de Sarlat que detestaba a “esos fabricantes de elogios por encargo” que eran los moralistas cortesanos que justificaban su modus vivendi elaborando panegíricos y alabanzas de la tiranía y de los tiranos, de la esclavitud y la servidumbre.

“Cómo es posible –dice La Boétie- que tantos hombres (…) muchas veces soporten un solo tirano que no tiene más poder que el que esos mismos hombres le dan”. Habría que sentir pena en ver que “un millón de hombres son miserablemente avasallados con el cuello bajo el yugo, no porque estén obligados por una fuerza poderosa, sino más bien porque se hallan fascinados y, por así decir, encantados por el sólo nombre del Uno”.

Es pertinente acotar que el “Discurso sobre la servidumbre voluntaria” también recibió el título de “Contra Uno”. El Uno era el tirano, el rey, el monarca y, más recientemente con la formación en 1848 de los Estados Nacionales europeos, el Estado nacional republicano surgido bajo la égida de la burguesía capitalista.

Sostiene además el autor del discurso que “entre los hombres la debilidad es tal, que con frecuencia son obligados a obedecer por la fuerza; obligados a contemporizar…” De donde se colige que el amo se acostumbra a mandar y el siervo se habitúa, también por la fuerza de la costumbre, a servir aumentando la legión de siervos y con ello extendiendo el espíritu de la servidumbre allende los mares y fronteras.

Merced a qué extraña enfermedad, a qué enfermizo vicio del alma humana degradada el hombre o más bien un infinito número de hombres no sólo obedecen sino que además se humillan y son martirizados y tiranizados y obligados a padecer rapiñas, latrocinios y crueldades indescriptibles no de una horda de salvajes y bárbaros prevalidos del poder aterrador que les confieren las armas sino de las amenazas públicas, notorias y comunicacionales que profiere el primus inter pares de una nación contra sus ciudadanos convertidos literalmente en vulgares siervos de la gleba moderna o peor aún de la nueva edad media planetaria a la que la pandemia del virus chino-comunista quiere arrastrar a la humanidad por los precipicios del peor ataque viral-biológico-bacteriológico sufrido por la especie sapiens desde la última conflagración bélica planetaria.

Leer y releer con renovada obsesión y reiterada vehemencia intelectual el siempre nuevo y jovial “Discurso sobre la servidumbre voluntaria” es el equivalente a insuflar nuestro espíritu de nuevos bríos en la eterna lucha de la libertad contra la tiranía; “la valentía que las ansias de libertad infunde en el corazón de quienes la defienden”.

No obstante, pese al eterno antagonismo irreconciliable que a lo largo del devenir de la humanidad entre la libertad y la tiranía el “Discurso sobre la servidumbre voluntaria” no deja de subrayar el papel de la educación y de los valores éticos y morales en la conformación del carácter del hombre frente a omnipresente tentación tiránica que asecha al hombre y al ciudadano en todas las épocas y tiempo andando los años. Los siglos y los milenios.

“Sin embargo la costumbre, que en codas las cosas ejerce un poder tan grande sobre nuestras acciones, tiene en particular el poder de enseñarnos a servir; es ese poder el que a la larga (como se cuenca de Mitrídates, quien terminó por habituarse al veneno) nos hace consentir sin repugnancia la amarga ponzoña de la servidumbre” Son infinidades las lecciones que se desprenden de la atenta y rigurosa lectura del Discurso sobre la servidumbre voluntaria; únicamente un clásico de la “ciencia política” es capaz de soportar el paso de un poco más de medio milenio sin perder un ápice de vigencia histórica y seguir alumbrando los enrevesados caminos de la comprensión del complejo problema de la alienación y de la enajenación psíquica y política del hombre moderno y más recientemente del hombre postmoderno.

Muchos ejemplos extraídos de la vida social y política de las sociedades ateniense y espartana le parecen suficientes a Etienne de la Boetie para ejemplarizar ilustrativos casos que sirven de modelo a seguir a los hombres para que no olvide el papel de la educación en el cultivo de la libertad y la convivencia fraterna entre los seres humanos como hermanos dentro de la polis o la ciudad.

“Se cuenta que Licurgo, legislador de Esparta, crió dos perros hermanos, los alimentó con la misma leche   y acostumbró a uno al calor doméstico y al otro a correr por los campos siguiendo el sonido de la trompa y el cuerno Para mostrar al pueblo lacedemonio la influencia de la educación sobre la naturaleza, exhibió a los dos perros en la plaza pública y colocó entre ambos una sopa y una liebre; uno corrió hacia el plato, el otro hacia la liebre. “¡Vean esto -dijo-, y sin embargo son hermanos!”. Ese legislador fue capaz de ofrecer a los lacedemonios una educación tan buena, que cada uno de ellos hubiera preferido morir mil veces ames que someterse a un amo o reconocer otras instituciones que no fueran las de Esparta”.

“Al tirano no es necesario combatirlo, ni siquiera defenderse de él; él mismo se destruye si el país no consiente su servidumbre. No se trata de arrancarle nada sino de no darle nada. Que una nación no haga esfuerzo alguno, si no quiere hacerlo, por su felicidad; pero que no trabaje para su propia ruina. Pues son los pueblos los que se dejan o, mejor, se hacen devorar, porque con sólo rechazar servir, romperían sus cadenas. Es el pueblo el que se somete y se corta el cuello; el que, pudiendo elegir entre estar sometido o ser libre rechaza la libertad y acepta el yugo”. Cuán iluminador es el pasaje antes citado, pues mientras el hombre continúe bajo las cadenas invisibles que le atan al yugo subjetivo y empírico del reino de la necesidad entonces el reino de la libertad, tan ardorosamente ansiado por la especie humana desde los albores de la humanidad, no pasará de ser tan solo una ilusión parecida a las sombras que describió Platón en su famosa descripción de su caverna.

“Así como el fuego de una pequeña chispa se hace grande y crece cada vez más, y mientras más madera encuentra para quemar, más devora, pero se consume y termina por apagarse si  deja de alimentarse; de igual modo, mientras los tiranos más roban, más exigen; mientras más arruinan y destruyen, más se les da y más se los colma; se fortalecen así cada vez más y están mejor dispuestos para aniquilar y destruir todo. Pero si no se les da nada y no se los obedece, sin combatirlos, sin golpearlos, quedan desnudos y deshechos”. He aquí las palabras precisas que conforman el núcleo sustantivo de la idea y columna vertebral de la teoría y praxis de la desobediencia civil y por tanto política por antonomasia que muy probablemente leyó y estudió el escritor y pensador estadounidense Henry David Thoreau.

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