“Pasaba mucha hambre y en una ocasión que vine a Tucupita, me enamoré y no volví a boxear” así nos manifestó hace casi una década en una entrevista radial, el Olímpico deltano Jackson Rivera.
Mientras prestaba el servicio militar acudió en representación del país a los Juegos Mundiales Militares, una de las tantas versiones de intercambios deportivos planetarios en los que median fuerzas en tiempos de la Guerra Fría, americanos y soviéticos u occidentales y orientales, ambos bloques separados por el telón de acero, alcanzando una medalla de bronce, lo que lo impulsó a continuar en la senda del box.
Con una discreta foja amateur se ganó el derecho a asistir a las Olimpiadas del boicot americano, Moscú 1980, donde obtuvo el diploma de participación o Diploma Olímpico, tras ocupar el 9° lugar, garantizándole a futuro la inserción en las Glorias Deportivas de Venezuela.
Hombre espigado, cuya categoría natural era semipesado, hizo guantes con figuras de la talla de Fulgencio Obelmejías, de quien fue amigo, ubicándose rápidamente en el rango de prospecto.
Su performance internacional y la escasez de púgiles de su tamaño y contextura en el boxeo nacional, forjó su rápido pase al pugilismo rentado.
El esfuerzo desplegado a comienzos de su carrera, corriendo hasta una hora diaria para mantenerse dentro de los límites del peso y las 2 o 3 horas adicionales de gimnasio, tallando sus abdominales mientras pulía la puntería y los reflejos, sin mayores recursos económicos para alimentarse satisfactoriamente, pudieron más que su intención de convertirse en campeón mundial optando por retirarse tempranamente.
A ello contribuyó uno de sus tantos viajes a Tucupita, a visitar a su humilde familia, llegando inadvertidamente a enamorarse y decidiendo, a fin de constituir una familia, abandonar el deporte de fistiana.
Desempeñando diversos trabajos a lo largo de los años, jamás abandonó su humildad y honradez, ganándose la estima del gentilicio deltano.
Afectado por uno de los tantos males que aquejan en la senectud a los boxeadores, padeció un cáncer sin remisión en las zonas blandas, que terminó ocasionándole la muerte.
Siendo el primer Olímpico deltano en fallecer, estando plenamente activos los otros tres: Antonio García, Elías Marcano y Emilio Suarez, permanecerá para siempre en los anales de la historia.
En el cielo hará guantes y trascenderá a la eternidad como la gran persona que fue, y el campeón mundial, que de no atravesarse el amor, habría con seguridad llegado a ser.
Dicha y gloria eternas.
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