Pompilio Monroy Perales
Quisiera tener este día, esta noche a mi lado, una mujer amable, sutil y comprensiva, que entienda mis escritos, y delicioso néctar en ánfora divina, para embriagarnos de palabras y excesos. Después de oír mis confidencias, que hable de sus fantasmas, espíritus que pueblan el alma peregrina.
Podemos prescindir las escrituras, las palabras y gestos, apartar la razón, sumirnos en la luz del silencio elocuente, y asidos de la mano sin recato, desnudos, volar hasta las cumbres felices del pleroma. Pero estoy solitario incomprendido escribiendo estas cosas, añorando su tez, gracia y ternura, y con una gran sed de beber en su aliento.
Si en un tono mayor comprendiera la sintaxis del mundo –la condición humana- , arrancaría un pedazo del barro de mi alma, la alquimia de mi sangre, ansiosa, prendería trepidante fogón, y nacería la estrella que alumbre mi camino. En un tono menor, iría con los poetas. Pero estoy solitario, incomprendido, soportando las cargas de este sol inclemente que enervan los sentidos y perturban y rompen la paz de mi conciencia.
Este desasosiego, este verano ardiente de soledad inmensa, este tormento atroz de mis querencias presagian y preludian.
Las brisas de Febrero anuncian la venida de lluvias presentidas, empiezan a caer muy levemente. Mis amustiadas frondas quieren reverdecer, pero las tenues gotas no van a la raíz de la mismicidad perdida en tiempo de un estío. Martirilogio impío de lluvias deseadas, caigan copiosamente, evítenme la Parca de la muerte.
Divinizado Eolo, capitán de mi nave a la deriva, desata ya tus furias nutricias de la tierra, cúbreme con tu manto, troca en canto este llanto de lágrimas amargas sin consuelo, elúdeme a Caronte.
Dioses de mis ancestros, socorredme, concédanme sus fuerzas poderosas para vencer las cargas tenebrosas de la angustia vital de mi existencia; y luego, sí, que venga en calma la mensajera eterna.
Mientras tanto, mis sueños persistentes, el lacerante anhelo, la emanación febril de mis entrañas recorren los espacios infinitos, se transmontan al cosmos, regresan a la tierra turbulenta y se funden en ella. Emergen en esta imploración desesperada de mi prosa prosaica, que pregunta en cálido susurro: ¿quieres tú ser la estrella?
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