A Mirian Calero, los de la tierra del agua tenemos mucho que agradecerle.
Vino al Delta, convivió entre nosotros como una tucupitense más, ejerció de médico, acudió a donde tuvo que ir en aras de aplicar sus conocimientos en beneficio del prójimo y cuando se lo pidieron, ofició de autoridad en salud.
Sostuvo un pulso legal con otros profesionales de la medicina, manteniéndose en sus 13 hasta el final, pasándolo -con el tiempo- a modo olvido.

Multiplicó sus amistades, llevó una existencia digna, respetable y decorosa, fue una ciudadana ejemplar y fumó mucho, mucho, pagándolo en pequeñas cuotas de vida corporal hasta que lo dejó y recuperó el peso que había perdido.
Por último, habiéndole cumplido a Dios, a los suyos, y a todo aquel que pudo atender, se despidió y desde una estrella nos mira.

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