Por Ramón Jiménez
Hay que admitir que la política a veces nos expone a situaciones complejas. Pudiéramos compararla con una partida de dominó: una cosa es estar de mirón y otra en la partida y que a uno le toque jugar. Una de esas “situaciones” me tocó vivirla en las elecciones del 21N pasado, cuando supe que mi hijo sería candidato a concejal en las listas del PSUV. Muchos justificaban que votara por él: “Es tu hijo, yo también lo haría”, “imaginas si perdiera por un voto y ese fuera el tuyo…”, “él es joven, está iniciando su carrera política y debes apoyarlo…” Pero también estaban los detractores: “puedes ser tu hijo pero estarías votando por el psuv…”, “sería un acto hipócrita porque dices que eres de oposición y votas por el gobierno…”, “no votaría por el gobierno aunque mi hijo estuviera ahí”.
Lo peor de todo es que si no votaba por mi hijo, pocos lo creerían, ni siquiera los detractores. De tal manera que decidí dejarlo al tiempo… y al Padre (Dios). Confieso que con esa fe no tuve preocupación alguna hasta un día antes de las elecciones, cuando se me ocurrió que la solución podía ser no ir a votar. Esta idea tenía fuerza en vista de que las candidaturas de mi sector habían surgido de procedimientos poco transparentes y ajenos a la democracia. Pero, ¿cómo no ir a votar, si siempre he sido un ferviente crítico y contrario al abstencionismo? Esa idea no tuvo cabida y fue descartada.
El día de las elecciones, desde muy temprano, formé parte de una comisión para supervisar y dar apoyo a los compañeros que serían testigos electorales. En uno de los centros, la compañera no se había presentado. Extrañados, fuimos a su casa para saber lo que pasaba. Cuando nos vio sus ojos se llenaron de lágrimas. La supervisora de su trabajo le había dicho: “piensa bien lo que vas a hacer, recuerda que necesitas tu trabajo… piensa en tus hijos”. “No es mucho, pero me da para comprar la bolsa…” Nos dijo mientras abrazaba a sus dos bebés. Entonces comprendí que no se trataba de votar por mi hijo, se trataba de convalidar o no una tragedia que estaba ante mis ojos y que atentaba contra la dignidad humana.
Ejercí mi derecho a votar alrededor de las cinco de la tarde. Cuando salí levante mi mirada hacia las alturas y dije con emoción: “nunca abandonas a tus hijos…”. Al final, la gran lección es que debemos ejercer la política como una cuestión de conciencia, no de complacencia.
Vamos a encontrarnos en Telegram https://t.me/Tanetanaedelta