Marquitos Bello dijo adiós y dejó una inconmensurable estela de dolientes

Marcos Bello era único, de hecho, era “el licorero”, mejor dicho “el cantinero”.

Al más puro estilo de los pueblos, donde se mantiene viva la tradición, Bello no fue: ni la marca, ni el punto comercial, ni la franquicia, ni la cadena, ni el gran anuncio, ni el vendedor estrella de un emporio destilero, representando todo lo opuesto, aquello que huele a genuino como los robles macerados del añejo escoces, constituyéndose en: la referencia, el icono, el paradigma, el arquetipo, el desahogo, la esencia.

Aquejado por un cáncer de próstata, abatido hasta el agotamiento, dijo adiós en Caracas.

De la capital, según comentarios, traerán las cenizas a las tierras que nunca quiso dejar, al metro cuadrado frente al paseo malecón Manamo que fue su lugar de implante, el sembradío de personas donde se enraizó en vida y el lugar que lo hizo célebre.

En días de lluvia el cielo lloró, quizá no al más ilustre, aunque si al más popular, querido y conocido de los panas aguardenteros.

Con Marquitos Bello partió la figura, comienza la leyenda.

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