Un grupo de waraos de la comunidad indígena de Dijarukabanoko, en la selva del estado Delta Amacuro, se ha organizado para reparar sus caminerías y también parte de la escuela. Antes contaban con el Estado venezolano a través de sus instituciones, esta vez están solos, pero unidos. Todos han puesto manos a la obra.
Dijarukabanoko es una comunidad del pueblo warao que está a cinco horas por vía fluvial de Tucupita. Cuenta con unos doscientos habitantes. Carentes de luz y de agua potable, servicios que que no podrían solucionar por sí mismos, se han organizado para minimizar sus problemas: ahora construyen sus propias caminerías.
Con sus limitadas y viejas herramientas como machetes y hachas, se adentran en la selva. Le piden permiso a la madre naturaleza y cortan los árboles necesarios para construir las caminerías. Solo extraen que van a necesitar. No hay deforestación, ellos no dañan a la mujer que les da la vida.
Ya han reparado el puente de madera que conecta el puerto con la escuela. Los niños no podían arribar a la escuela. Debían atravesar peligrosas estacas o caminar entre fango.
También tienen previsto ponerle techo a un salón de la escuela. Anteriormente tenía una lámina de metal, pero la acción del tiempo la deterioró y el gobierno no abordó este problema. Ahora le podrán palmas de temiche, un árbol que milenariamente ha protegido al warao del sol y la lluvia.
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