La niña de 10 años reventó, no aguantó la punzante verdad oprimida entre pecho y espalda, y le contó a su tía la triste realidad: mi padrastro abusa de mí y mamá me amenaza para que no lo diga.
Ese día, la tía carnal vio subir su temperatura corporal, se enrojecieron sus mejillas, crispó los puños, exhaló una maldición y la llevó en volandas al Cicpc: vamos a denunciar.
D. G. Carrillo, alias “Cubiro” de 47 años, que sentía tener la situación bajo control, vio hundirse el suelo a sus pies, tembló del miedo que suele sacudir el cuerpo de los cobardes y en compañía de la madre desnaturalizada de 46, subió al vehículo de la policía científica.
«Cuatriboleao» en los predios de la finca en que ejercía de caporal, se convirtió en mansa palomita. De la libertad en Las Mulas, comunidad campesina del municipio Tucupita, a una fría celda en Guasina, no hay tanta distancia territorial más si un mundo de diferencia.
Le queda una mínima y eventual oportunidad, que la hijastra se desdiga y el abuso de que fue víctima, se lo atribuyan a otro, algo harto difícil en aquellos predios un tanto solitarios, con apenas ellos tres en la hacienda.
Por cierto, se comenta que pudo haber abusado de otras dos niñas, señalamiento por comprobar.
La Fiscalía V y el sistema penal de justicia tienen la última palabra.
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