Nota institucional
Sic.
En mi ajetreado fin de semana pasado, con actividades universitarias unas, partidistas otras, en Delta Amacuro, Monagas y Anzoátegui, encontré tiempo para leer “Never Give an Inch: Fighting for the America I Love” de Mike Pompeo, secretario de estado de Donald Trump. Se suma esta publicación a “A Sacred Oath” del secretario de defensa Mark Esper y a “The Room Where It Happened” de John Bolton, exasesor de seguridad nacional, revelaciones las tres de un sinfín de interioridades del ultimo gobierno republicano de los Estados Unidos, contadas por protagonistas de primera línea.
Los autores, que bien pudiéramos calificar de “halcones”, dedican unas páginas, en cada texto, a Venezuela y muestran sin duda alguna cuanto fue -aunque ciertamente sigue siendo- la injerencia del gobierno norteamericano en nuestra permacrisis política que dolorosamente ha devenido en económica y social.
En “Nunca cedas una pulgada”, que es la traducción del título del libro al español, Pompeo incluye un capítulo denominado “Operating with restraint in Venezuela” u “Operando con mesura en Venezuela” revela detalles de algunas de sus actuaciones mas relevantes en nuestro país. Por cierto, un hermano, editor de importantes medios, me comentó horas atrás “menos mal que fue con mesura”.
Apoyándose en la Doctrina Monroe, promulgada hace dos siglos por el presidente James Monroe y el secretario de Estado John Quincy Adams, que se resume en una sola frase “América para los americanos” que muchos en Washington entienden como “América para los norteamericanos”, Pompeo justifica la intervención en nuestros asuntos porque no pueden permitir “a solo 1,400 millas de la Florida” una violación de esta en pleno siglo XXI.
Pompeo confirma que el gobierno estadounidense consideró una intervención militar: “At various points, President Trump, John Bolton, and I suggested the military option for Venezuela” o lo que es lo mismo “En varios momentos, el presidente Trump, John Bolton y yo sugerimos la opción militar para Venezuela” sin mencionar la tragedia que tal pudiera haber ocasionado ni los millares de víctimas que hubiese causado. Solo daños colaterales quizás diría Bolton.
Casi destila orgullo el secretario de estado cuando señala “Paralizamos la capacidad del régimen de Maduro para exportar sus principales fuentes de dinero, el petróleo y el oro, mientras nos aseguramos de que activos importantes como Citgo, propiedad de la compañía petrolera estatal de Venezuela, estuvieran en manos del gobierno legítimo” (el de Guaidó) dejando claro una vez más quiénes son los responsables de la caída brutal de los ingresos nacionales que junto con el empeño de implantar un modelo caduco y fracasado, me refiero al llamado “Socialismo del Siglo XXI”, arruinaron a millones de venezolanos y venezolanas. A propósito, este domingo acompañado de mi esposa Larissa, conversé largamente con el visionario alcalde de Urbaneja, Manuel Ferreira, y mi sobrino Fredy Palomo, joven presidente de la cámara municipal, a orillas del mar caribe, en la conocida por los lugareños como playa mansa. Frente a nosotros numerosos tanqueros esperaban cargar petróleo en el terminal de Jose: 52 en total. Pregunté porque tantos y se me explicó que por las sanciones se dificulta asegurar el destino de la carga y el pago de la misma por lo que aguardan por definiciones y cambios que permitan transportar sin temor millones de barriles que producto de la guerra en Ucrania hoy necesitan mas que ayer europeos y estadounidenses, pero también vender nosotros. Saqué una rápida cuenta: 52 tanqueros por 500,000 barriles de petróleo que cada uno puede transportar por US $ 76,96 precio promedio de un barril mezcla Merey que es nuestro referente restando a esa cifra US $ 15 por barril que es el costo estimado de producción en nuestros yacimientos. Tenía frente a mí casi Un Mil Seiscientos Once Millones de dólares (US $ 1.610.960.000 para ser exactos) que para cubrir muchas necesidades de nuestro pueblo servirían la más urgente hoy el aumento de sueldos, salarios, pensiones y jubilaciones a montos dignos.
Textualmente afirma Pompeo en su libro: “Venezuelan people, who received more than $1 billion in humanitarian aid from the United States during the Trump administration” o “el pueblo venezolano recibió más de mil millones de dólares en ayuda humanitaria de los Estados Unidos durante la administración Trump”. Obligatorio es preguntar: ¿Quién recibió esa montaña de dinero? ¿En qué se utilizó? ¿De donde provienen esos recursos, de los contribuyentes estadounidenses o de los miles de millones que mantienen congelados?
Que Pompeo describa lo que fue su gestión y la de Trump para Venezuela, más allá del merecido repudio por tanto mal que han causado es oportunidad para precisar que desde el punto de vista de los resultados fue un fracaso porque nada, nada cambió y si cambió fue para peor. Al presidente Biden aún le restan cerca de dos años en la Casa Blanca que Dios quiera sean de rectificación de las políticas de su gobierno para nuestro país y de rehacer relaciones entre dos naciones y pueblos llamados a hermanarse mientras nos dejan a nosotros resolver nuestros problemas y diferencias.
Fragmento extraído del libro
OPERAR CON MESURA EN VENEZUELA:
Hace dos siglos, el presidente James Monroe y el secretario de Estado John Quincy Adams
promulgaron la Doctrina Monroe, que advertía a otras potencias mundiales que Estados Unidos
«consideraría cualquier intento de su parte de extender su sistema a cualquier parte de este
hemisferio como peligroso para nuestra paz y seguridad.» La Doctrina Monroe decía a los
imperios coloniales de Europa, a saber, Gran Bretaña, Francia y España, que se mantuvieran
alejados de interferir en los sistemas políticos de América del Norte y del Sur. Hoy en día, a
Estados Unidos no le importa que los países busquen construir lazos amistosos con otras
naciones de nuestra región o incluso competir con nosotros en igualdad de condiciones
económicas. Pero en el espíritu de la Doctrina Monroe, no debemos permitir que China, Rusia e
Irán interfieran en los sistemas de las naciones soberanas. No se debe tolerar cuando regímenes
comunistas hostiles, como los de Cuba y Venezuela conviertan a sus países como bases en el
exterior contra Estados Unidos. Recuperamos la esencia del Doctrina Monroe con el presidente
Trump respecto a Venezuela, aliado democrático de Estados Unidos por décadas. Con su vasta
riqueza energética, el PIB de Venezuela era uno de los más altos de América del Sur y estaba
entre los primeros clasificados. Sin embargo, cuando me convertí en secretario de estado en
2018, los padres venezolanos perdían a bebés debido a la desnutrición, la clase media comía de
la basura y los refugiados que en Colombia y Brasil estaban en estado de desesperación. El
economista Adam Smith dijo una vez que «arruinar una nación puede tomar mucho tiempo pero
para que un país falle basta que se implante el socialismo que puede hacer su daño
rápidamente”. Este es el legado podrido del expresidente marxista de Venezuela, Hugo Chávez
y su sucesor, Nicolás Maduro.
Además de destruir la economía venezolana, los regímenes de Chávez y Maduro fortalecieron
las relaciones con los adversarios de Estados Unidos. Irán ha utilizado a Venezuela como punto
de transbordo de metales y minerales para su programa nuclear, y el IRGC ha convertido al país
en su principal centro mundial en el extranjero. China ha invertido US $ 67 mil millones en ese
país, un salvavidas económico para el régimen y ayudó a Venezuela a ganar un asiento en el
Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Los ejércitos rusos y venezolanos se han entrenado
juntos, y Rusia es la principal fuente de armas de los militares venezolanos. El régimen de
Caracas también está feliz de alquilar el país a los cárteles que lo utilizan como punto de tránsito
para el contrabando de narcóticos a los Estados Unidos. Llámenme obsoleto por querer pelear
la guerra contra las drogas, pero casi todos los estadounidenses conocen a un ser querido
asesinado o marcado de otra manera por narcóticos ilegales (o incluso legales). Mantener las
drogas fuera de los Estados Unidos es absolutamente consistente con una política exterior de
Estados Unidos Primero.
En la administración Trump, no podíamos tolerar que una nación a solo 1,400 millas de Florida
extendiera el tapete de bienvenida para Rusia, China, Irán, Cuba y los cárteles en una violación
de la Doctrina Monroe del siglo XXI.
Llegamos a la conclusión de que si no se abordaba, el problema de Venezuela se agravaría, con
terribles consecuencias de seguridad para el pueblo estadounidense y nuestro hemisferio. En la
primavera de 2018, con nuevas elecciones en Venezuela a punto de ocurrir, creímos que
teníamos la oportunidad de ayudar al pueblo venezolano a recuperar su país de un dictador. Al
apoyar a la oposición y presionar económicamente a Maduro, esperábamos enderezar el barco
venezolano y forzar su salida. Esperábamos hacerle la vida tan miserable al régimen que Maduro
y sus matones tuvieran que hacer un trato con la oposición. Si Maduro quisiera vivir en un castillo
suizo por el resto de su vida, estábamos dispuestos a facilitarlo. En varios momentos, el
presidente Trump, John Bolton y yo sugerimos la opción militar para Venezuela.
Ninguno de nosotros quería sacar públicamente de la mesa un importante medio de presión.
En mayo de 2018, el pueblo de Venezuela votó en unas elecciones presidenciales que Maduro
había programado irregularmente. Hizo todo lo posible para manipular los resultados.
Posteriormente, Estados Unidos, junto con otras once democracias de nuestro hemisferio,
llamado Grupo de Lima, presionó a Maduro para que renunciara. Cuando se negó, Estados
Unidos enfrentó un difícil punto de decisión sobre si lo reconocerían como el gobernante
legítimo de Venezuela al final de su mandato el 5 de enero de 2019.
Decidimos que no podíamos reconocer a Maduro como el presidente legítimo de Venezuela. En
cambio, el 23 de enero, reconocimos a un líder opositor de treinta y cinco años relativamente
desconocido llamado Juan Guido. El presidente Trump asumió el riesgo. En las semanas previas
al cambio de nuestro reconocimiento, aproximadamente la mitad de los partidos en la Asamblea
Nacional no reconocían a Guaido como el líder legítimo del país. Afortunadamente, nuestro hábil
diplomático, el embajador Jimmy Story, hizo magia para ayudar a alinearlos detrás de Guaido, y
tomamos nuestra decisión.
Al principio era escéptico de respaldar a Guaidó. Estados Unidos siempre está buscando líderes
prometedores en los lugares «difíciles» como Venezuela, Irak, Líbano y Somalia. Creí que
deberíamos buscar personas dispuestas y poderosas para castigar a sus compañeros de élite,
capaces de evitar la corrupción y suficientemente astutas para hacer tratos con los demonios
menores. El problema es que líderes de la oposición con esas características en cualquier país a
menudo son muy pocos y aquellos que prometen las mayores reformas pueden convertirse en
malos actores más corruptos y opresivos una vez en el poder.
Innumerables veces durante mis cuatro años, los exiliados venezolanos me insistieron a mí y a
mi equipo que ellos, y solo ellos, tenían un equipo que podría derrocar a Maduro, si tan solo
Estados Unidos les brindara ayuda. En algunos casos, nos dijeron, «El golpe está previsto que
suceda en unas horas». No podíamos apoyarlos a todos, ni hubiera sido prudente respaldar
cantidades desconocidas. Entendimos nuestros límites.
Después de investigar a Guaidó, decidimos que podíamos correr con él. Durante los siguientes
meses, Estados Unidos montó una campaña de presión sobre el régimen de Maduro en
concierto con nuestros aliados. Impusimos sanciones a la compañía petrolera estatal de
Venezuela y confiscamos propiedades diplomáticas en Washington (en ese momento
ocupadas ilegalmente por el grupo de protesta contra la guerra Code Pink) para entregárselas al
gobierno legítimo encabezado por Guaidó. En enero de 2019, y nuevamente en enero de 2020,
hablé en la Organización de los Estados Americanos para reunir apoyo contra Maduro.
Históricamente una organización anti-estadounidense y de izquierda, pero ahora bajo el
excelente liderazgo del Secretario General Luis Almagro, los miembros de la OEA respaldaron
nuestros esfuerzos. También hablé en las Naciones Unidas el 26 de enero de 2019 y dije: «Ahora
es el momento de que todas las demás naciones elijan un bando. No más demoras, no más
juegos: O estás con las fuerzas de la libertad, o estás aliado con Maduro y su caos».
Mientras tanto, Guaidó y otros venezolanos continuaron trabajando dentro del sistema político
venezolano. Alrededor de las cuatro y media o cinco de la mañana del 30 de abril de 2019, Kim
Breier, subsecretaria de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, llamó y explicó que
Guaidó y compañía estaban haciendo un movimiento. Miembros de la oposición, incluidos
varios generales, le decían a Maduro que era hora de irse. Esperábamos que la oposición tuviera
suficiente fuerza militar para hacer cumplir este decreto. El momento de este intento de
eliminación fue una gran sorpresa, ya que se suponía que sucedería unos días después. Más
tarde supimos que había sido adelantado unos días, probablemente porque el régimen de
Maduro había descubierto el plan.
Durante todo el día seguimos los últimos acontecimientos. En un momento, parecía que Maduro
se preparaba para huir del país, con un avión esperándolo para llevarlo a La Habana. Entré en la
televisión y lo insté a que se subiera. Pero los rusos se habían abalanzado. Nuestra información
indicaba que persuadieron a Maduro para que se mantuviera firme. Mantuvimos la esperanza
de que todavía pudiera ser expulsado de alguna manera.
Estaba comprometido a dar un discurso esa noche en una cena formal organizada por el grupo
Business Executives for National Security. Cuando se puso el sol y me puse un esmoquin, esperé
ansiosamente una llamada telefónica sensible sobre la situación. Una de mis preocupaciones
era que estaría en el escenario cuando llegara. Cuando me levanté para hablar ante un salón de
baile repleto en el Mandarin Oriental, estaba totalmente distraído. Tenía un discurso bastante
largo cargado en un teleprompter sobre un tema crucial que instaba a los líderes empresariales
estadounidenses a honrar la seguridad nacional estadounidense en sus transacciones con China.
El orador antes que yo, Ross Perot, uno de los mejores patriotas con los que me he encontrado
en cualquier lugar- había arrancado sus comentarios a la velocidad de la luz, por lo que iba a
parecer especialmente prolijo.
Decidí quemar esta cosa y salir del escenario rápidamente. En lugar de leer mis comentarios
preparados, improvisé casi por completo, apenas levantando la vista hacia el cristal del
teleprompter, mientras el pobre operador del teleprompter se apresuraba a conectar mis
palabras habladas con el texto. En lo que por lo demás fue un momento serio, tuve que contener
la risa cuando vi la cara de un redactor de discursos contorsionada de puro terror,
probablemente pensando que me vi obligado a improvisar porque el equipo había fallado
catastróficamente. Puede que haya sido uno de mis mejores discursos, no por su excelencia
retórica, sino porque transmití mi sincera creencia de que las mejores cosas que Estados Unidos
hace suceden fuera de Washington, DC, gracias a los buenos esfuerzos de personas como las
que están en la sala de noche.
En última instancia, la oposición venezolana fracasó en su esfuerzo por derrocar a Maduro,
principalmente porque no había suficientes oficiales del ejército venezolano dispuestos a unirse
al esfuerzo por honrar la constitución venezolana. A pesar de que el impulso para expulsar a
Maduro se quedó corto, aún presionamos al régimen y apoyamos la democracia venezolana
durante el resto del mandato. Paralizamos la capacidad del régimen de Maduro para exportar
sus principales fuentes de dinero, el petróleo y el oro, mientras nos aseguramos de que activos
importantes como Citgo, propiedad de la compañía petrolera estatal de Venezuela, estuvieran
en manos del gobierno legítimo. Sancionamos al mismo Maduro e incluso lo acusamos de
narcotráfico porque inundó deliberadamente a Estados Unidos con cocaína como una forma de
devolvernos el golpe. Y estaba orgulloso de cómo pudimos movilizar aliados para apoyar a
Guaido y al gobierno venezolano legítimo. Gracias al buen hacer de patriotas como Elliott
Abrams, Carrie Filipetti, Mike Kozak y Jimmy Story, unas sesenta naciones se sumaron al final de
la legislatura para reconocer a Juan Guaidó como presidente legítimo de Venezuela. Fue una
muestra más de la voluntad de la administración Trump de construir alianzas. Me sorprendió
nuestro éxito en esta área, pero no me sorprendió la negativa de los medios a cubrirlo.
En junio de 2020, recibí una llamada de Elliott Abrams, ahora con dos sombreros como
representante especial de Venezuela e Irán, diciendo que algunas personas inteligentes de la
Agencia de Control de Drogas tenían la oportunidad de atrapar a Alex Saab, el bagman
internacional acusado de ser testaferro de Maduro, mientras estaba en una misión para
organizar un canje de oro venezolano por petróleo iraní. (¿Cuán patético es que el socialismo
haya hecho que una nación con una de las reservas de petróleo más abundantes del mundo lo
importe?) Saab estaba bajo acusación de ocho cargos de lavado de dinero en los Estados Unidos
cuando su avión, aterrizó en una pequeña nación isleña. El general Bill Barr dispuso que nuestro
embajador en Cabo Verde y el Departamento de Justicia presentaran los trámites para la
extradición de Saab a los Estados Unidos. Basta decir que ninguna otra nación tiene el alcance
global para interrumpir un complot iraní-venezolano en tiempo real y convencer a una pequeña
nación isleña de retener a un hombre buscado. Es posible que nunca sepamos cuánto dinero
mantuvimos fuera de las manos de los iraníes y cuánto petróleo mantuvimos fuera de Maduro;
depende de lo que Saab, quien ahora está en la cárcel en los Estados Unidos por cargos de lavado
de dinero, decida compartir con nosotros.
Tampoco nos olvidamos de los hambrientos y oprimidos: el pueblo venezolano recibió más de
mil millones de dólares en ayuda humanitaria de los Estados Unidos durante la administración
Trump. El dinero era solo una forma de nuestro apoyo.
En abril de 2019, visité la ciudad fronteriza colombiana de Cúcuta con el presidente colombiano
Iván Duque para forzar la salida del régimen de Maduro. El reunirme ese día con familias que
habían tomado la difícil decisión de huir reforzó la necesidad de confrontar al terrible régimen
de Maduro. Las madres jóvenes con múltiples hijos no tenían idea de lo que vendría después,
pero sabían que no podrían alimentar a sus familias en la distopía socialista de Venezuela.
En septiembre de 2020 realicé otro viaje a un pueblo brasileño llamado Boa Vista,
aproximadamente a 150 millas de la frontera con Venezuela. Estábamos cerca del ecuador y el
calor era sofocante. Pero aún más opresivo que el clima fueron las escenas desgarradoras de
pura miseria.
Hombres, mujeres y niños que habían huido de la tiranía socialista en Venezuela languidecían
en un centro de recepción de refugiados.
Buscaron atención médica, reunificación con familiares que ya habían huido, o incluso alimentos
básicos y refugio. Un padre me contó su desgarradora historia de escape y me uní a él en oración
mientras él seguía agradeciendo a Dios por librar a su familia de la pesadilla en la que se ha
convertido Venezuela. Ese viaje me recordó a qué nación el mundo mira más que a ninguna otra
como una fuente de esperanza en tiempos desesperados.
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