Salgo de casa y me topo con mi vecina a quien mucho queremos. Me dice que tengo una gran responsabilidad como vicepresidente de la Comisión para el Diálogo, la Reconciliación y la Paz y que confía no la defraude. Agrega que entiende lo complejo de la tarea, fundamentalmente porque en Venezuela los odios se desataron y “si te apartas un poco de lo que yo pienso te conviertes en mi enemigo”, precisa.
Le sobra razón a mi vecina: hemos perdido la capacidad de confraternizar al margen de nuestras simpatías político-partidistas, de nuestras militancias si la tenemos, llevados por odios que promovieron y promueven unos y otros.
Suman ya dos décadas las de una confrontación que nada ha dejado a cambio, en la cual las partes enfrentadas se han desgastado en una suerte de guerra de trincheras sin conquistas ni avances.
Mientras tantos millones se han marchado; centenares de miles desmejoradas sus vidas; decenas de miles frustrados, perdida la esperanza; miles velando muertos por la inseguridad o enfermedades sin atención adecuada con algunos demandando a países extranjeros que arrecien sanciones que cada día dificultan más la existencia de nuestros connacionales.
Hermanos contra hermanos que bien lo canta Vox Dei: “No veo la razón, si son un mismo pueblo, porque pelear así…Ha llegado el momento de volver a empezar, olvidarnos del pasado y volvamos a empezar. Unidos como hermanos, en una misma fe”.
Y en verdad no hay nada que justifique la mutua destrucción en la cual nadie gana y por cierto no somos ajenos a contiendas en procura de la aniquilación del adversario y para quienes olvidan la historia basta recordar los años de la “Guerra Muerte” o de la Guerra Federal que diezmaron a la población y arruinaron al país.
Es terrible la crisis que nos azota y urge salir de ella, pero solo será posible si nos empeñamos juntos, si nos esforzamos tomados de la mano, si dejamos atrás ambiciones subalternas y otra vez si enterramos los odios.
En las próximas horas iniciaremos un peregrinaje para llevar a cada capital de estado nuestra convicción que es entendiéndonos como a los venezolanos sin excepción le irá mejor. Conversaremos con empresarios y trabajadores, con estudiantes y profesores, con jóvenes y jubilados, con sacerdotes y pastores, con seguidores del oficialismo y de las oposiciones y lo haremos con fe de carbonarios convencidos que marchamos por la senda correcta en procura de la paz y la estabilidad indispensables para construir una nueva nación.
A mí me vecina que me conoce suficientemente le comenté: “usted sabe que pudiera estar tranquilo en casa, ocupado si con mis responsabilidades universitarias que por lo demás son gratas, compartiendo con la familia, pero si decidí adentrarme en esta travesía es porque estoy seguro que rendiremos buenas cuentas”.
Recordé al bonguero de “Canaima”, hermosa novela de Rómulo Gallegos, que al desamarrar la curiara responde al “¿Con quién vamos?, “Vamos con Dios”.
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