Hubo un espíritu omnipresente en la provincia de Rosario, Argentina, revoloteando en procura de entregar el testigo a quien debe sucederle en la tarea de forjar campeones, por fortuna lo encontró y partió feliz sabiendo que alguien lo secundará en la gesta internacional y olímpica. Ese espíritu es el de Edgar Ramos Rincones y el entrenador que habrá de seguir sus pasos, Emilio Suárez.
Al exolímpico le sonrió la diosa de la fortuna, luego de años de conflictos estériles y la irrupción de la pandemia, en compañía del equipo técnico de la lucha deltana, pudo devolverla a su sitial de honor.
Alexa Álvarez, Gleymaris Beria y Alvin Tovar, los tres medallistas dorados de los Juegos Suramericanos Juveniles lo confirman. La gloria venezolana recientemente fallecida, Edgar Ramos, padre deportivo de los tres olímpicos deltanos, Antonio García, Elías Marcano y el propio Emilio Suárez, encontró en este último el heredero que tanto buscó.
El menos beligerante de los luchadores con peculio (currículo y méritos) en el Delta, el de perfil más bajo y el más apartado de la política, sorprendió con la actuación descollante de sus pupilos.
A Emilio le dieron la responsabilidad concreta de formar parte del cuerpo técnico nacional y humilde como siempre, distante de las luces, los flashes y los micrófonos, hizo el trabajo y rindió frutos.
Viendo hacia atrás, recordando la tormenta que sacudió y enlodó la disciplina en el Estado, sorprende que el grandulón de unos 100 kilos de peso, no hubiese asumido su conducción técnica antes.
Quizá la desdicha, los tropiezos y los atrasos no hubiesen sido tantos, y el deporte de las orejas de coliflor y los pabellones auriculares encarnados, habría avanzado rápidamente hasta convertirse de nuevo en la actividad física de referencia que fue e hizo del Delta orinoquense una marca universal.
Felicitaciones Emilio, ni ruido haces y acabas de comerte el mundo, que así sea siempre.
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