Puedo decir que se han cumplido algunos de mis objetivos, pero voy por más
Por Cristian Medina
Celennys, sonriente y carismática, así es ella. Nunca dudó de su capacidad. Siempre se mostró fuerte ante las adversidades. Ella, también tuvo que dejar a su familia y migrar para buscar una economía más estable, por lo menos mejor a la que llevaba en Venezuela.
“El inicio fue muy difícil, ya que, al llegar a Chile, al mes se presentó un estallido social donde todo fue un caos y por un momento me puse las manos en la cabeza y pensé que todo ese sacrificio que hice para salir del país había sido en vano”.
Celennys Jaramillo es una deltana de 28 años de edad, ella, al igual que cientos de venezolanos le tocó migrar. Quería vivir mejor, es lo que todos soñamos en algún momento de nuestras vidas.
Ella es ingeniera civil, logró culminar sus estudios en la Unefa de Tucupita, en el oriente venezolano. Trabajó apenas un año en este campo. La crisis la golpeaba cada vez más. Tenía que tomar una decisión, la más difícil: apartarse de sus seres queridos, dejar su casa, su tierra, su país. Aquel día de despedida fue triste. Lloró. Todavía recuerda el olor de su hogar.
Las mañanas ahora eran diferentes, ese primer trago de café ya no sabía igual. No tenía el mismo gusto.
Aunque se vio deprimida, tuvo que salir de aquel vacío. Debía hacerlo para hacer valer su palabra de luchar por sus objetivos. No había tiempo para tristezas, así que tomó su poco equipaje y emprendió su viaje junto a su pareja, su mejor amigo, su todo.
Sin embargo, sus primeras impresiones en suelos desconocidos no serían las más agradables. Por un momento creyó haberlo perdido todo. El país chileno atravesaba por un disturbio político-social.
“… me puse las manos en la cabeza y pensé que todo ese sacrificio que hice para salir del país había sido en vano, después que habíamos vendido todo”
No fue fácil, pero, ¿quién dijo que sería fácil?
Celennys, aun con las uñas entre los dientes, siguió avanzando, poco a poco, cada vez más, todo ello había sucedido en el año 2019, antes de la aparición de la emergencia sanitaria por la Covid-19.
Logró entrar a trabajar en un salón de belleza como manicurista en Santiago de Chile. Su desempeño había sido excelente, cuando se dio cuenta ya era una experta.
No obstante, su trabajo se vio trabado por la pandemia del coronavirus. Tuvo que parar. Lo que debió haberla derrumbado, la hizo más fuerte, le sacó el mayor provecho a la Covid. Tuvo que improvisar un centro formativo en su propio departamento. Allí decoraba uñas y enseñaba a las demás estando en cuarentena, siempre bajo la vigilancia de los protocolos de bioseguridad.
Eran alumnas de varias naciones, ella las preparaba y cuando se percató, su residencia se había quedado chiquita ante las tantas aspirantes. Así que, desde lo poco, acondicionó y equipó un local exclusivamente para estos trabajos que ahora usa como una academia y un spa.
Finalmente logró crear su propia marca, ahora es su propia jefa, es propietaria de este emprendimiento, al que llamó “Celabignail_studio”. Ella, junto a su pareja, han logrado levantar este negocio. Su hijo de siete meses la inspira a echarle ganas todos los días.
De volver a Venezuela lo ve difícil, aunque le gustaría, pero aclara que solo lo haría para visitar a su familia.
“Puedo decir que he logrado algunos de mis objetivos, pero voy por más con el favor de Dios.”
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