A la doctora Elina Cotúa, cuenta la historia que la descubrieron casualmente por sus zapatos; un par de jóvenes vieron sobresalir de entre la maleza unos botines tipo Timberland y pensando que habían hecho el hallazgo de su vida, se encontraron cara a cara con la muerte.
Luego sobrevino un tortuoso e inmerecido trámite mortuorio, que hizo que la confundieran con una indigente lanzándola a una fosa común, para luego descubrir que estaban en presencia de los restos de la prestigiosa galeno.
Lo que ocurrió después fue peor, una dura repulsa familiar a la actuación de los cuerpos de seguridad, que habían aprehendido a una hermana de la vida y al hijo adoptivo mayor por considerarlos, cómplice necesario ella y autor intelectual él de su muerte.
Una comisión foránea del CICPC, quiso resolver con premura un caso que pisaba los callos al gobierno y detuvo a los dos sospechosos que tenía a mano para complicar aún más la situación.
Libres, sin mayores cargos que una supuesta confesión forzada, la investigación descendió a las catacumbas del olvido como uno de los homicidios abiertos, que el azar o la atenta vigilia de algún familiar o funcionario policial -paciencia mediante- habrá de resolver.
La imagen de la gráfica corresponde a la vivienda que en Ezequiel Zamora, pensaba algún día habitar, sin que llegara a cumplírsele uno de sus más caros sueños.
Que en paz descanse, la justicia tarda pero llega.
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