En tiempos muy difíciles, en una Venezuela devastada por las guerras, las enfermedades y la miseria, José Gregorio fue labrando su camino exitoso y ejemplar tanto en lo profesional como en el campo espiritual, con esfuerzo, tesón y mucho sacrificio…
Acaba de salir un librito mío, editado por San Pablo, que se titula “José Gregorio Hernández, valores al servicio del pueblo de Dios”. Es un libro muy sencillo, pensado para el gran público, en el que recojo la vida y valores esenciales de este hombre ejemplar cuya beatificación el próximo 30 de abril nos ha llenado a todos de alegría y esperanza. Aunque José Gregorio es el personaje más querido y admirado en Venezuela, sigue siendo un desconocido. La mayoría escasamente conoce de él que fue “El médico de los pobres”, o que es muy milagroso. Se le atribuyen tantas curaciones que Mario Briceño Iragorry llegó a bromear diciendo que si se curaba un enfermo era mérito de José Gregorio, pero si se moría, la culpa la tenía el médico.
Pocos saben que este ilustre trujillano, que nació en Isnotú el 26 de octubre de 1864 y murió en Caracas, el 29 de Junio de 1919, a los 54 años, arrollado por uno de los pocos carros que existían, además de ser un médico eminente, generoso y servicial que atendía gratis a los que no podían pagarle, fue un celebrado profesor universitario; un políglota pues hablaba varios idiomas; un investigador y un científico que se esforzó por incorporar los últimos adelantos de la medicina que aprendió en Europa y en Estados Unidos. Fue también filósofo y teólogo, un apasionado por su formación permanente para poder ejercer con creciente calidad su vocación de profesor y de médico. Hombre de gran piedad, de oración continua y misa diaria, testimonió con gran valor su fe católica, en momentos en que en los ambientes intelectuales donde él se movía, la fe y las prácticas religiosas se consideraban propias de gentes incultas, pues se pensaba que la ciencia estaba acabando con los fundamentos de la religión. Tres veces intentó hacerse sacerdote pero los problemas de salud se lo impidieron, y él, fiel a la voluntad divina, comprendió que Dios quería que viviera su profesión de médico como un verdadero sacerdocio al servicio de los demás.
En tiempos muy difíciles, en una Venezuela devastada por las guerras, las enfermedades y la miseria, José Gregorio fue labrando su camino exitoso y ejemplar tanto en lo profesional como en el campo espiritual, con esfuerzo, tesón y mucho sacrificio. Su beatificación, tan esperada y celebrada por el pueblo venezolano, debe ser una gran oportunidad no solo para conocer y admirar a José Gregorio, sino sobre todo, para imitarlo, para considerarlo un modelo a seguir, para hacer que sus virtudes vayan moldeando nuestras vidas y sean el cimiento para la reconstrucción profunda de Venezuela.
De muy poco servirá su beatificación y las celebraciones con ese motivo, si no nos esforzamos por encarnar en nuestras vidas y en las estructuras políticas, económicas, familiares, educativas y sociales. los valores ciudadanos que José Gregorio practicó de un modo tan sobresaliente que le han hecho merecedor no sólo de la admiración y el cariño del pueblo venezolano, sino de su ascenso a los altares. Entre ellos, la responsabilidad, la honestidad, el esfuerzo, su dedicación al estudio y el trabajo, su desprendimiento y generosidad que le llevaban a atender a los más pobres sin cobrarles e incluso les regalaba las medicinas, su fe valiente y encarnada en el servicio a todos, su respeto a los que pensaban de un modo completamente distinto a él, la piedad, el amor a la familia, a la iglesia y al país,
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