Un gran abogado, un buen jugador de ajedrez, solidario y leal con los suyos como pocos, y poseedor de una lengua dura y filosa, sin parangón, fueron parte de su peculio.
Revolucionario radical, visionario y futurista, no se media al embestir contra quienes consideraba adversos a sus creencias y propuestas.
Al que fuera en una ocasión un niño de la calle, posteriormente policía metropolitano en Caracas, luego, en su afán de superarse abogado, por último, administrador de un hotel, se le fue la vida combatiendo el poder y reclamando cambios que no llegaron a producirse.
Este 17 de septiembre un infarto lo alejó de estos predios, llevándolo a una órbita más elevada, a la que quería llegar, para combatir a los destructores de la humanidad y a los detractores de la vida que se fueron antes que él.
Así de denso y profundo fue Sotillo, y así se fue.