Cada día que pasa surgen aristas más tristes de un homicidio sin explicación, Luciana Moreno Morillo de 18 años estaba embarazada.
Con apenas dos meses de gravidez, comenzaba a gestar en su vientre un segundo hijo. El hermoso varoncito de apenas dos años, fruto de una relación que no prosperó, no tendrá madre ni hermano o hermana.
Quien le arrancó la vida, quizá no lo sabía, pero ultimó dos personas, una en plena juventud y otra en estado embrionario, que había comenzado a formarse para arribar a este mundo.
¿Por qué quitarle el ser a una joven indefensa? ¿Por qué arrebatarle la existencia cuando ya había o habían consumado el abuso sexual? Bastaba con dejarla ir y permitirle curar sus cicatrices, algo que indefectiblemente habría ocurrido en virtud de su corta edad.
Incluso, hablando propiamente del femicidio, si lo ejecutó por que lo conocía, bastaba con negarlo hasta el final en un tribunal y sostener la inocencia original a que todos tenemos derecho hasta que se demuestra nuestra culpabilidad.
El que lo hizo es un psicópata y como tal debe ser juzgado. No debe tolerarse un nuevo ejercicio de violencia en el que destroce la cabeza a una persona, como ocurrió con la joven warao, o abuse de una mujer y luego la mate.
Primero que nada debe ser descubierto, luego encarcelado y encauzado, por último, aplicársele todo el peso de la ley, la misma que demanda Luciana, “la dama de los cabellos bellos”, para alcanzar la paz eterna.
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