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Éramos solo los cuatro, una historia de resistencia y amor I
La corriente del agua los desviaba del atajo que iban a tomar. Marchaban contra su voluntad caño adentro. Sus fuerzas se desvanecían y apenas tenían tres canaletes contra aquella oscuridad, los árboles, el frío; la naturaleza los devoraba.
El caño rugía sin timidez, su linternita parpadeaba desganada y se preparaban para chocar alguna mata.
“Marco, Adrián y Sebastián, ellos no se ponían de acuerdo pa dónde jalar canalete, porque yo no sabía para dónde alumbrar, no nos movíamos mucho porque nos podíamos trambucar más rápido”.
Totalmente cansados, se dejaron llevar y dejarlo todo en manos del destino. Estaban sudados o mojados por los chapoteos: no lo sabían ni les importó primero. La embarcación fue acallando entre un arrume de boras y supieron que la corriente había cedido al final, en algún lugar del Delta Medio. ¿Alguien los sabría perdidos, sin comida y sin dejar algunas marcas en las matas, que les permitiera salir al río Orinoco de nuevo? Ellos solo quieren descansar un poco para pensar.
Poder saber con exactitud la cantidad de caños en el delta del Orinoco es impredecible y contarlos sería absurdo, porque cada año desaparecen tres o tal vez más, pero surgen otros; aquellos que ni el mejor baqueano sabe que ahora sí existe. Y en uno de esos estaban Marco y compañía.
“Victico”, un joven de la comunidad de Araguao, en el municipio Antonio Díaz del estado Delta Amacuro, estuvo perdido por tres días en la selva, luego de haber sido arrastrado por fuertes corrientes. Había ido a buscar moriche, pero de camino fue desviado. Durante esos días tomó agua contaminada, los zancudos lo hicieron trizas y se deshidrató. Finalmente fue hallado.
“Ya no podíamos más. Estábamos como en unos montes, pero cuando amaneció, vimos que era boras. Allí nos habíamos metido. Ya no vimos más nada en la noche porque la linternita se había quedado sin batería”.
El peligro apenas había comenzado. Los mosquitos tronaban cerca de sus oídos, pero invadían todos sus cuerpos. Tenían miedo, incluso, de hablar fuerte. No sabían lo que había alrededor. Tal vez una culebra de agua, una baba o quizás algunos chigüires.
En medio de la nada, tampoco sabían qué hora era. El sereno y una brisa leve los invadió. Estaban callados.
“Nadie hablaba, ellos dijeron que se sacarían sus franelas porque estaban mojadas y tenían frío. Yo estaba en la parte de adelante, con menos humedad, pero con frío igual”.
La noche fue inusual, era la primera desde que salieron de su comunidad. Hasta ese momento nada había salido como lo habían previsto. Viajar por río es impredecible.
Marco, el joven de piel blanca, con cabello casi lisos o medianamente rulos, de mediana estatura, y complexión atlética, porque juega al futbol, esa noche fue diferente.
“Él se acercó a mí, me dijo que se acomodaría cerca de mí. Hubo incomodidad, porque imagínate, había sido mi novio y ve donde estábamos”.
Casi a la medianoche, con el frío más intenso y con sus ropas húmedas aún, Marco fue progresivamente hacia más fuente de calor.
“No me dijo nada. Solo se acercó más, se acomodó justo a mi lado y mi corazón se aceleró, se me quitó el sueño. Hasta que sentí su respiración entre mi cuello”.
Unas manos temblorosas ahora recorren los abdominales firmes y fuertes de Marco. Hay roces de labios. Todavía no hay seguridad ni confianza para más.
Intentaban no pronunciar alguna palabra, menos emitir algún gemido. Pero la complicidad llegó a su fin cuando ya no había frío. Ahora se exploran con suavidad y… Continuará
PD: Tane tanae aclara que en la tercera parte habrá descripción explícita y no estará disponible para todo público, sino solo para usuarios verificados.
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