Yelitza Santaella es la quintaesencia de la política. Quizá la más imberbe de todas y todos en aquel entonces en el Consejo Legislativo del 2000, le dieron una minúscula oportunidad, lo que llaman una uña y, a fuerza de determinación y una encomiable disposición de ánimo, se llevó completo el brazo de la gobernación deltana.
Cada vez que la han supuesto muerta, ni siquiera es que andaba de parranda, es que cocinaba su regreso por la puerta grande al vértice superior del entramado gerencial político-partidista.
Al comandante Chávez se le antojo poner un finiquito de dos periodos a las gobernadoras y gobernadores, y luego de un receso de cuatro años se encaramó a la gobernación de Monagas.
Después de dos lapsos al frente del Ejecutivo, ante la dificultad de otorgarle el triunfo en las internas del PSUV, debido a la diatriba con quien bautizaron la chocolatera, cedió el testigo a Luna.
Cuando imaginaron que permanecería serena en su eterno apostolado al frente de las finanzas del partido de gobierno, dio un nuevo salto de pértiga y se encaramó en el Ministerio de Educación.
En medio de uno y otro estamento, cosechó diputaciones, madrinazgos de estado, jefaturas regionales y nacionales, liderazgos de base y coordinación de comités sindicales, en un salto largo que se antoja sin fin.
Sin ser la más intelectual ni la más estridente, sin pedigrí político en sus raíces ni padrinos poderosos en las primeras de cambio, con su figura bonachona, sencilla y humilde como la gente del campo, atesora el mérito único de ser doble gobernadora en dos estados, cuatro periodos.
Con su humanidad grande de mamá osa, que arropa a sus oseznos de todos los ámbitos sociales con igual cariño, cumple un año más de vida y seis décadas tomando impulso, para salir una y otra vez de abajo, coronando impensadas cimas.
Felicitaciones.
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