A Ramón Junier Bermúdez, alias “El gordo”, también lo llamaban el Talibán Mayor. Según informes de inteligencia, el elevado número de personas que recibieron disparos en las extremidades o fueron torturadas producto de atrasos en el pago de la “causa” o por haberse “comido la luz”, tenía gran similitud a los excesos que se atribuyeron al régimen talibán de Afganistán, bautizando a su grupo con ese nombre: los talibanes. Se estima que hubo mas de 60 heridos de bala y algunos muertos.

Su relativamente corto mandato de poco menos 1 año, estuvo marcado por dos hechos fundamentales, la deposición de José Miguel Romero Caldea, alias “El búho”, quien llevaba cuatro años al frente de los internos del Centro de Retención y Resguardo Judicial Guasina, ubicado en el municipio Tucupita del estado Delta Amacuro, degradándolo a vocero y, posteriormente, en circunstancias aún no aclaradas, quitándole la vida.

“El búho” murió de asfixia mecánica el 26 de mayo de 2020, al parecer siendo presionado hasta dejarlo sin aliento, con una almohada. Antes, le sujetaron los brazos, inmovilizándolo; eso sugiere el peritaje forense.

Su fallecimiento habría tenido dos detonantes: la negativa a entregarle el peculio que supuestamente acumuló fruto del cobro de la “causa” y la resistencia a servirles de puente para acceder a todos los contactos de relevancia que había tejido, llevándolo a convertirse en una persona influyente en el sector público deltano. Nada de eso les quedó, fallando en los cálculos y viviendo desde entonces bajo el temor de padecer la insurrección de los aliados del Pran asesinado.
Los rumores de que serían tomadas las instalaciones carcelarias, infundados o no, forzaron su evasión en febrero de 2021, tomando una ruta que ya conocía. Tiempo atrás, en información emanada de registros policiales, había trabajado de la mano con Darwin García Gibory, alias “El culón” y el desaparecido Evander Barradas, cabecilla de “La Banda de Evander”, en las rutas de abordaje a las embarcaciones ilegales que buscaban desde el Delta, arribar a Trinidad saqueándolas, y dando paso franco a cargamentos de droga de sus aliados, en una especie de corredor marítimo, por lo cual cobraban.

Precisamente, con esa acción cavó su tumba, cayendo cinco días después en compañía de cuatro integrantes del “carro”, también prófugos, en las cercanías de una comunidad fluvial mestiza, víctima de una salvaje golpiza y de la sustracción forzada del apéndice lingual, que quedó colgando de un hilo.

Luego de dos décadas de vigencia, con su fuga y la del alto mando de talibanes, terminó oficialmente el Pranato en el Retén de Guasina.
Al partir dejó una estructura que asumiría el mando y que fue “madrugada” en una sorpresiva acción de las autoridades, apoderándose del lote de armas que escondían en el pozo de agua del Centro de Retención. Por fortuna, ninguna era de alto calibre ni permanecía en manos de los reos, facilitando el trabajo.
Formalmente nunca se supo quién lo asesinó, así como no se supo quién ultimó al “Búho”, del que se dice le pasó factura desde el más allá.
“El gordo” pasará a los anales de la crónica roja como el “último Pran”, siempre y cuando, los gendarmes del recinto carcelario impidan el surgimiento de otro.

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