El Puente

Aquiles J. Amares P.

A los coterráneos compañeros

Integrantes del bachillerato G78.

En su recorrido exploratorio por aquella apartada y solitaria región, exenta de presencia humana, se encontró con una estructura conformada por maderos transversales a modo de vigas, soportadas en troncos que simulaban columnas de maderas extraídas de los alrededores. Pedazos discontinuos de tablones horizontales confirmaban una estructura de comunicación de tiempo pasado. Las columnas mostraban brotes vegetativos, convirtiéndose progresivamente en árboles plantados, contradiciendo los fines de aquella construcción, pero a su vez dando muestras del abandono. A partir de aquel momento se percata que buena parte de su recorrido lo venía transitando por el lecho de un antiguo rio.  Rocas esféricas de variados colores y tamaños, semejantes a huevos abandonados por aves o criaturas mitológicas, en un suelo de arenas gruesas con presencia menuda de cantos rodados.  Todo ello muestra de la acción de un antiguo curso de aguas que había tejido aquel solitario paisaje, que ahora aparentaba estar abandonado por el preciado líquido. La vegetación dominante de los alrededores era rala; de porte bajo, con presencia de restos de musgos resecos, hierbas gramíneas, heliconias de flores amarillas y otras rojas, begonias entre dispersas y ásperas ciperáceas que presagiaban cambios desafortunados a partir de un anterior floreciente clímax vegetal.  Alejados de los bordes de aquella depresión de contrastadas ondulaciones y desniveles, se hacían presentes cactus de variadas formas. Era casi nula la presencia de aves, lagartijas, serpientes u otra representación de criaturas animadas. Salvo zancudos que se dispersaban a medida que avanzaba y apartaba la vegetación y tábanos que empezaban a molestarle. El cielo añil se mostraba límpido, con escasas nubes que navegaban y pasaban raudas como temerosas de juntarse y precipitarse. Al fondo de aquel escenario, en el horizonte, se observa una tenue línea difusa de una formación montañosa de baja altura. Aún era temprana la mañana, pero el sopor lo empezó a incomodar. Tomó su vieja cantimplora de excursionista, de acendrado escultista que le recordó momentáneamente en una ráfaga de pensamiento, las lecturas de textos de Bob Baden-Powell. Lecturas y discusiones compartidas con sus viejos camaradas en su recordada institución  formativa y recreativa de la ya lejana etapa adolescente. Tomo unos tragos de agua, y es entonces que se pregunta, ¿De dónde vengo? ¿Dónde extravié el camino? ¿Vengo de la zona alta o intermedia? ¿Voy hacia la parte baja, pendiente abajo de este paisaje? Entonces este curso meandrico de este antiguo  rio tiene sus cabeceras detrás de mis pasos. ¿Por qué las aguas no retornan? ¿Habrá desaparecido esa montaña de donde nacen esas aguas? Empezó a sacar sus propias conclusiones de aquella salida presurosa a campo entre sensaciones producidas por nostálgicas añoranzas y en búsqueda de un no sé qué.  Estaba en el centro de una pequeña cuenca de importante paisaje, delimitado por un entorno montañoso intervenido por la rapiña. Este curso de viejas huellas; venas, dejadas por las desaparecidas aguas, – pensaba – debe tener su fuente en una región montañosa que desconozco, pero intuyo y supongo fue deteriorada por el mono sabio, en búsqueda de fortunas minerales que se colaron en sus manos, como el agua, sin percatarse. Sentado a la sombra de un solitario arbusto, se detuvo a pensar, meditar y reflexionaba con angustia, pero se tomaba la libertad que da la soberanía de su pensamiento decantado y curtido de experiencias. Un silencio ensordecedor lo perturbaba intensamente. La próxima vez – en su voz interior – voy a traer mis aliados con un pequeño acuerdo de restablecer los sonidos iniciales que producían las aguas en su abrupto y tortuoso recorrido por caídas de relieve en pendiente. Esas aguas se unirán a otras multicolores, venidas de ríos, lagunas, a juntarse con las turquesas aguas marinas y oceánicas que solo es posible en un Delta de confluencias, difluencias, pero epicentro de explosión y proyección de vida. Será el inicio de una sinfonía, que – estaba seguro -, convocará otros y otros sonidos de caídas de aguas, pájaros, cigarras, grillos, ranas, entre otros aliados estableciendo una armonía, que ahora intuía, presagiaba pues.  Todo esto será posible – aseguraba -,   mejorando las cabeceras de esta pequeña cuenca allende sus montañas dominantes. Se planteaba, diseminaremos variadas plantas representativas que ahora sobreviven, plantaremos otros arbustos y árboles traídos de regiones cercanas.  Por otra parte añadía con fuerte convicción, en espacios abiertos sembraremos, plantaremos, produciremos y cosecharemos el opíparo y jugoso fruto con las bondades y compañía de Ceres… y finalmente, cual demiurgo declaró: Oko a ina sanuka nonate

Ojidu

¡Carabobo, memoria y gloria heroica de la Venezuela eterna!

¡El Sol de Venezuela nace en el Esequibo!

Tucupita, 27 marzo 2.021

 

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