Mi amigo Rafael Rattia desafía al poderoso con la infinita contundencia de su verbo: siempre enjundioso y profundo, porque es un hombre que estudia todos los días
Diana Gámez | Correo del Caroní
La intimidación se cuela por todas las rendijas, como un caudal de aguas negras, que crece todos los días y penetra la cotidianidad de una existencia signada por el miedo, las privaciones, un temor avasallante y todo tipo de precariedades, que hacen de la vida un amasijo de carne, sangre y sentimientos, siempre al borde de un abismo. Al que puedes caer porque se agotaron tus fuerzas o porque te dieron el empujón final. Ese despeñadero puede ser un báratro con rejas en el que te embuten, después de haber sido sometido por oscuras fuerzas -ejecutoras de los mandatos de la élite dominante- cuya epidermis comunista es tan sensible como la de sus antecesores, o la de su contemporáneo norcoreano, quien ve en “15 peinados no socialistas” una amenaza a su sangrienta, brutal y primitiva tiranía.
Este clima envenenado por el miedo -pergeñado en salas situacionales por esbirros y psiquiatras del horror- enturbia como la calina, la atmósfera vital de quienes intentan sobrevivir en este erial socialcomunista. Más de seis millones han sido expulsados, otros eligen la trocha por la que huirán, pero la mayoría sigue aquí: unos más expuestos, más desafiantes, más comprometidos y más valientes.
Mi amigo Rafael Rattia -que nació en el Delta del Orinoco- se expone desde que entendió que la palabra escrita tiene una fuerza mayúscula para desnudar al oprobio, la corrupción, la infamia y la ignominia. Mi amigo Rafael Rattia desafía al poderoso con la infinita contundencia de su verbo: siempre enjundioso y profundo, porque es un hombre que estudia todos los días, y que pasa por encima de sus limitaciones visuales para acceder al conocimiento que lo nutre. Mi amigo Rafael Rattia, es un ejemplo de genuino compromiso con su país, con sus compatriotas, con sus alumnos, con sus amigos, con la libertad y la justicia. Es más valiente que cualquiera de nosotros al enfrentar a figuras específicas de esta tiranía, que han pateado y traicionado hasta los ideales más entrañables de los millones de soñadores, que algún día creyeron en las bondades del socialcomunismo.
Rafael es un intelectual -formado como historiador egresado de la ULA- que trabaja como maestro. Él sabe lo que significa estar en las aulas de una escuela pública venezolana, con niños subalimentados que llegan al salón con el estómago pegado del espinazo, porque en sus hogares no hay nada para comer. El sufre como educador al compartir la dramática situación de sus alumnos, pero vive en carne propia la depauperación de su vida con el sueldo miserable que recibe.
¡Vaya, si no sabe él lo que es ser un maestro pobre! Como la gran mayoría de educadores de este expaís, que en estos tiempos de pandemia y de educación virtual no cuentan con una computadora en casa, ni internet y pocos tienen un teléfono inteligente. Esta es la trágica situación de los maestros venezolanos, pero la de los estudiantes de las escuelas públicas es todavía peor. El poder socialcomunista así lo quiere y le conviene.
Un pensador, un estudioso, un investigador como Rafael Rattia no puede permanecer indiferente mientras él y sus alumnos ven cómo destruyen sus vidas, juventud y futuro. No hablo de sueños e ilusiones, porque en estas hecatombes comunistas-socialistas no hay tiempo ni espacio para soñar y abrigar esperanzas. Aquí la vida se diluye en cosas demasiado terrenas, que tienen que ver con la más elemental sobrevivencia: comer y respirar un día a la vez.
El maestro Rafael Rattia también culminó -en estos tiempos de oscuridad y auge de la mediocridad- una maestría en la UPEL. Ha publicado libros como “La pasión del suicida”, “Los cantos del apátrida” y “Poemas de amor y de muerte”. Además, “tiene una obra literaria diseminada en diversas revistas electrónicas y portadas web de la telaraña virtual”, como él mismo lo dice. Es columnista de El Nacional, del Correo del Caroní y de Letralia, donde cuenta con una página de autor y es también cyberactivista de twitter. Es ferviente admirador de Émil Michel Ciorán, sobre quien hizo su tesis de pregrado con la tutoría de José Manuel Briceño Guerrero.
Este fue el maestro a quien las fuerzas represivas del Estado le allanaron su morada, le confiscaron sus equipos electrónicos y le sustrajeron 65 libros de filosofía, historia y literatura. Perpetrado este despliegue de arbitrariedades, abusos y violación de todos sus derechos ciudadanos, lo apresaron como a un delincuente. Pero lo liberaron gracias a la presión ejercida por ONG como Provea, a la fuerza de quienes lo conocen, lo quieren y lo leen, del Penn Internacional y de otras organizaciones.
Agridulces
De 13 a 30 millones de dólares. De un leñazo judicial duplicaron, con holgura, el monto que El Nacional debe pagarle al insaciable sujeto del mazo. Cuya honra cotiza -en el mercado de la honestidad- como si fuera una combinación de Teresa de Calcuta con Nelson Mandela.
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