El Chapo está libre. Un tribunal foráneo consideró juzgadas las causas anteriores, valoró su buena conducta y determinó la salida.
Días antes fraguó su última conquista amorosa en la figura de una jovencita, a la que una sentencia firme y prolongada, sin posibilidad de atenuantes o reducción de la pena, hizo que se le viniera el mundo encima.
De sus labios, quedamente, como en susurro, brotaron las palabras, “pronto nos vemos”. La exteriorización de un sentimiento, el dolor de la despedida o una promesa firme, lo cierto es que lo ocurrido, se asemeja a un presagio de amor.
Las sospechas van en una dirección, la búsqueda se intensifica, sin embargo, el derroche de planificación produjo resultados, ni rastros de la fugitiva.
Cuando la paz carcelaria se instalaba y aquellos tentados a irse, aceptaban con resignación el castigo, una grácil y coqueta figura, los despertó de la somnolencia y volteó el reclusorio zancas arriba.
Un día de intensas pesquisas no ofreció resultados, no hubo un hilo del que halar para seguir el rastro de la evadida, imperaron solo el cansancio y la fatiga.
En la mente de todos surge una figura, la presencia fantasmal de un hombre con más vidas que un gato y el atrevimiento necesario para estampar su firma en una fuga de esas características.
Nadie sabe donde está ni lo que hizo, lo que si saben es lo que es capaz de hacer. Más aún, estando libre.
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