El destino, por Emir Balza

Por Emir Balza

Era el lugar predilecto de ellos, en el puerto frente al pueblo, donde juraron amarse por siempre. Incluso, semanas después, él le pidió matrimonio y ella aceptó. Estaban en el sitio perfecto, en donde iniciaría todo. Luego viajaron, pero jamás olvidaron el lugar. Y como prueba de su amor sembraron una planta de cedro. Pasaría el tiempo pero siempre lo verían ¿muchos años han pasado tan rápidamente que ambos son muy distintos; La piel ha cambiado, en sus brazos hay arrugas y manchas. Tienen poco cabello y esta como si se lo hubiesen teñido de blanco. Sus rostros han cambiado. Toda la vida estuvieron unidos. Se abrazaban muchas veces y miraban a su árbol. Ya no tienen la misma fuerza que de jóvenes. No podían acostarse en el pasto y dar vueltas como muchas veces lo hicieron. Sus huesos sonaban y dolían.

Volvieron a viajar, Pasan los meses y aún no han regresado. Pero un día en la tarde solo él vino. Ella no lo acompaña esta vez. Está enferma y en cama; no se movía ni hablaba. Únicamente abría y cerraba sus ojos. En un momento ellos están juntos en la habitación 45 del hospital, en el quinto piso. La mira y le dice: «Volveremos juntos a nuestro lugar». De pronto una pequeña risa entre sus labios. Está alegre y feliz. Él observa la habitación y están solos. Abre la puerta y mira hacia el pasillo, rueda la cama y logran salir del hospital en secreto. Llegan al puerto de siempre, el puerto que los extrañaba. Y están allí juntos. La sujeta de la mano y ella con poca fuerza la aprieta. Acerca su rostro al de ella, para besarla y de sus labios repentinamente se escuchan algunas palabras: » Te amaré por siempre». Sus ojos se cierran muy despacio, su mano cae. Su corazón no late. Él la abraza y llora.

Después con el transcurrir de los días, hablado con sus hijos, habían tenido tres: un cantautor, un escritor y un pintor. Todos tenían dones artísticos, parecía que la naturaleza los había engendrado. O tal vez, la savia de las plantas.

En la conversación, Él les dice que se siente bien. Ha vuelto como antes y está allí mirando y recordando los viejos momentos. Se despide de aquel árbol que alguna vez había plantado como si supiera de algún modo que no volvería allí. Pasan días y aún no regresa. Tiene tos, sus pulmones es están enfermos. Ya casi ni respira; se siente muy sofocado, mareado. Tal vez también con problemas de la tensión. No ha vuelto al lugar, éste lo extraña. Solo está allí en sus sueños.

De pronto tocan la puerta, la enfermera le dice:

-Señor, disculpe su tratamiento.

Le ha puesto una inyección y se marcha. Él aún duerme y en su sueño, él está caminando y alguien lo espera en el lugar de toda la vida. Su respiración se detiene y muere.

Días atrás su único nieto lo había visitado y cuando dormía el nieto escucha que habla en alta voz sin saberlo. Y cuenta del puerto y habla del amor con su abuela. El nieto toma un taxi, se baja del vehículo y llega a aquel viejo lugar. El joven era el retrato de su abuelo: alto, piel clara, ojos pardos, cabello liso y muy perfilado. Y mira que recostada de un árbol está una joven de cabello negro largo y muy lacio, de ojos grandes, marrones claros. Su color de piel es entre morena y blanca, de estatura mediana, con un cuerpo hermoso, con siluetas y curvas muy bien formadas, casi era perfecta.

Se conocen y conversan, ya se hace muy tarde. Se despiden y se toman sus manos como muestra de cariño alguno. Hay una buena conexión entre ellos, como si ya se conocieran de toda la vida. Sus miradas quedan atrapadas, el tiempo se detiene en ellos, sus cuerpos tiemblan sin querer. Se han despedido pero volverán a reencontrarse y se enamorarán, plantarán un árbol de cedro como muestra de que se quieren. Solo es testigo el lugar, los árboles, el puerto, el pasto y el río. Y así comenzaría la misma historia.

(Abril, 2016)

 

 

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