Alexis Castillo en la actualidad

El desamor de Rosa Viñas enloqueció a Alexis Castillo, condenándolo a la indigencia

Foto cortesía: Oscar Cedeño

Alexis Castillo era normal, al menos, lo que en esta accidentada y turbulenta cotidianidad, atestada de tecnología y de un pobre conocimiento de nosotros mismos, catalogamos como normal, hasta el día en que Rosa Viñas, su media naranja, el complemento ideal, decidió dejarlo.

De eso hace más de 20 años. La dama proveniente de El Tocuyo, ciudad del estado Lara, una de las más antiguas de Venezuela, dijo que iría a visitar a su familia y a vuelta de un año sin verla, el oriundo de Pedernales, capital del municipio homónimo, comprendió que no regresaría. Con un traumático aderezo, según el testimonio de amigos en común, estaba embarazada de otro hombre.

Técnico de profesión y hombre de trabajo, a la usanza de los amores de antaño, que se prometían fidelidad eterna, decidió resolverlo de la única forma que en aquel entonces, en un pueblo de provincias se conocía: al mejor estilo de un culebrón venezolano arrastró con más de 20 televisores y receptores de radio que nadie había reclamado, y cargó con sus afectos y efectos personales depositándolos en medio de la vía frente a su residencia en el sector Deltaven, para hacer una enorme hoguera que ni él ni nadie osó apagar, hasta que el peculio de toda una vida se redujo a cenizas.

Alexis quemó todos sus bienes en una hoguera en medio de la calle

Ese día de un mes y un año del pasado siglo, puso cerrojo a la puerta y se echó a la calle sin jamás volver. Como lapidario precedente, dicen que uno de sus hermanos también había enloquecido por amor.   

Pensando que el fuego había exorcizado sus demonios, inició un largo periplo que lo condujo por todos los confines de la ciudad, en un recorrido sin fin que ha ido poniendo tiesos sus cabellos e hirsuta la barba, doblándole la cerviz y adentrándolo en un laberinto que sin serlo, se parece mucho a la locura.

Sin hijos, al abandonarlo aquella mujer que fuera su piso en la vida, se colocó en manos del destino, como un volantín o papagayo sometido a las inclemencias del tiempo, la aspereza de la soledad y la incertidumbre de procurarse el pan de cada día, a 70 kilómetros vía fluvial de su natal Pedernales, en la capital del estado Tucupita.

A pesar de su sacrificio, del alto precio que decidió pagar por la pérdida de su ninfa tocuyana, Rosa ni se compadeció ni regresó.

Dicen quienes los conocieron en la cima de su pasión, que él, obseso y celoso, había comenzado a energizar los electrodomésticos para que ella no tocara nada sin su consentimiento y redujera los pasos al recibo, la habitación y el estrecho pasillo, donde estuviese bajo su control y designios. Viñas no soportó el afecto carcelario y a la mínima oportunidad se largó.

La historia que hemos contado es cierta, como es cierto que Alexis se expresa con claridad, recuerda eventos puntuales de su existencia, interpreta la realidad y mantiene un hilo de contacto con su familia.

Aquello que algún día se rompió, perturbando su condolida psiquis con algo mayor que la indiferencia y el despecho, quizá pueda repararse o por lo menos, cual rompecabezas armarse, para darle sentido a su ser.

Eso esperamos, por el bien de Alexis y de quienes lo aprecian.

 

 

 

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