Owell Lester González Velásquez era un joven extremadamente familiar. Un breve repaso por sus redes sociales así lo indica, no hay una sola imagen en que aparezca solo, siempre está rodeado de multitudes –recordando que tres y más son multitud-.
Además, prodigaba cariño a raudales: abrazos, besos, amapuches y mimos. Las caricias eran norma en su vida.
Pocas veces hemos visto una secuencia de fotos en las que no encontremos poses retadoras o miradas intimidantes, ni siquiera actitudes altivas, en el todo fue cercanía y afecto.
Ese querer desmedido, esa fuente inagotable de ternura, terminó horadando su tumba.
Amar sin medida no es cosa de todos los días ni de todas las gentes, está reservado a unos pocos y Owell era de ellos.
Esa propensión cálida, emotiva y sensible, lo condujo un malhadado día a un bar de los que tanto abundan en Trinidad, a metros del apartamento en que vivió desde que arribó a la isla.
Cruzó la calle, entró y allí vio a la que meses después se convertiría en motivo de su temprana muerte. La exuberante figura, el cutis aterciopelado y el rostro de modelo, hicieron el resto.
Al poco tiempo iniciaron una relación llena de altibajos, marcada por el recelo y la desconfianza, sensaciones poco habituales en Owell, degenerando en un pozo de toxicidad.
Luego de muchas idas y vueltas, con varias separaciones de por medio, hubo una nueva oportunidad, en esta ocasión, la última.
Según la comunidad de deltanos en Princess Town, suburbio de la nación caribeña, Owell y la joven de Temblador, estado Monagas, que figura en las numerosas fotos compartidas en las redes, discutían una vez más.
Sobre las 5 am en el bar de su infortunio, se involucró un familiar de la mujer y la discusión dio paso a una trifulca llevando las de perder el joven tucupitense. Lo cosieron con varias puñaladas.
Dicen que logró correr unos metros hasta caer exangüe y perder la conciencia. Los reportes indican que ingresó con escasos signos vitales al centro de salud, exhalando momentos después de ser hospitalizado su último suspiro.
El 13 de enero había cumplido 28 años. Envuelto en parabienes, fue el último que pudo celebrar.
Sus familiares y allegados en el Delta, sus amigos en otras naciones del extranjero, sus amores pasados lo lloran a raudales formulando una sola exigencia: justicia.
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