Luis Eduardo Martínez Hidalgo
Leo y releo el informe de International Crisis Group titulado “El efecto exilio, la oposición en el extranjero y las redes sociales”.
De sus conclusiones importantes se tiene que los dirigentes opositores que se refugian en el extranjero defienden “ideas agresivas con más frecuencia que sus homólogos nacionales”, lo que socava iniciativas que como “las negociaciones con mediación internacional” son el mejor camino de Venezuela hacia la paz.
El llamado “efecto exilio”, advierten, puede convertirse en un obstáculo para el diálogo y la reconciliación, agrego yo, “ya que estos requieren una voluntad de negociación por parte de Maduro y de la oposición” y hacen una llamado a los países interesados en el caso venezolano a “garantizar que las posiciones de los exiliados no dominen las discusiones políticas a costa de excluir a aquellos que están más abiertos a un acuerdo político negociado”.
No voy a criticar per se a los que se han marchado por sentirse perseguidos, mucho menos a los millones que lo han hecho por razones económicas, pero sí reclamo que comiencen a entender que quienes nos encontramos en el terreno tenemos la responsabilidad de encontrar salidas y que estas nadie lo duda ya, si actúa de buena fe no lo son por acciones de fuerzas extranjeras, golpes de estado o insurrecciones populares.
Trump hizo de Venezuela un peón en su afán de conquistar Florida para su reelección y construyó una narrativa que con la “máxima presión” ilusionó a unos cuantos con que los marines harían el trabajo y les entregarían las llaves de Miraflores.
Ahora rumea su derrota en Mar a Lago y prosigue su campaña para dinamitar a seculares instituciones americanas entre ellas su cuestionado sistema electoral –y al preguntar a Mr. Donald si fue derrotado en comicios transparentes, observables, verificables, ¿qué creen ustedes respondería?-. A pesar de los fuegos artificiales, Biden es otra cosa y si bien aún la burocracia trumpista marca el juego en departamentos claves lo que me han comentado conocedores de la política estadounidense es que cuando concluya el proceso de nominaciones-designaciones de los centenares de funcionarios que esperan para ocupar sus puestos se acabará lo que han calificado como “tendencia inercial” y veremos nuevas políticas.
Qué la FANB derrocará a Maduro para llamar a unos señoritos que les desprecian y no saben diferenciar las jinetas de un distinguido del sol de los generales, eso solo lo creen los ingenuos que tomaron el distribuidor Altamira, mientras irresponsablemente llamaban a los diputados de entonces a sesionar de urgencia en la Base de La Carlota para juramentarse como gobierno –¿o se les olvidó que lo hicieron?, la convocatoria, digo-.
Nadie discute que hay una gran inconformidad con la crítica situación que recurrentemente padece la casi totalidad de los venezolanos pero de allí a que una insurrección popular eyecte al hoy oficialismo del poder, nada hace pensarlo, y en cualquier caso los reaccionarios que se ilusionan con beneficiarse de tal durarían menos de lo que duró Carmona en la presidencia: el siguiente paso, Dios quiera que no, sería una durísima confrontación cívico-militar de imprevisibles consecuencias. De paso exhorto a no creer el cuento que este es un pueblo pacífico que enterró el pasado de la guerra federal.
El país que vive en el extranjero es uno y el que vive aquí es otro y a medida que transcurre el tiempo la manera de apreciar nuestra realidad es diametralmente distinta. No es lo mismo desde Brickell Avenue que desde el boulevard de Catia, por lo que me atrevo a rogarles a los de afuera que nos permitan a los adentro procurar las soluciones que en dos décadas no ha sido posible encontrar por la vía de los enfrentamientos y el atizar los odios.
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