Ilustración de Joine Ramos
Una historia original de Tane tanae
Lea el sexto capítulo AQUÍ.
Despertó esposado sobre una camilla fría y sin sábana. Esa habitación estaba oxidándose progresivamente. Olía a humedad y trapos viejos.
Su celular, que llegó primero a su memoria, no está. Quiere llamar a su mamá y luego a Nabaida, su prometida, insiste él. No sabe nada de aquella tristeza ¿y rabia?, en aquel pueblito Tucupita.
Ella, húmeda, se cambia y se marcha a la cama. Sigue lloviendo en Tucupita y las gotas amenazan con perforar las láminas de zinc. Las piedras, se lo imagina así, la distraen por unos momentos, aunque Daratu sigue presente: alto, de piel oscura y musculoso.
Durante los saqueos de comida en Tucupita en el año 2016, Daratu, que apenas era un adolescente, conoció a Nabaida por redes sociales. Ambos ya se han graduado de bachiller y piensan ir a la universidad juntos. Enamorados, hablan de vivir solos en algún lugar de .
Es una temprana locura que sus padres quieren evitar. Lo han intentado, pero la realidad de Venezuela hasta ahora va contra todo, como si se tratara de ficción o una novela repetida, aunque con buenos actores. Ahora desde otras tierras lejanas y desconocidas, respiran, miran, viven, cada diferencia. Lo quieren así hasta su último suspiro.
Amanece. Y a él no le han llevado ninguna sábana y prefiere que no lo hagan. No en aquella habitación oxidada, húmeda. En cambio se lleva una de sus manos a su sexo y se calienta con su mismo fuego. Desconoce si saldrá pronto de aquella comisaría caraqueña.
La mamá de Daratu busca a su hijo, pero hasta ahora su instinto maternal le ha fallado, al menos con su ubicación, aunque sabe que sus dos corazones, que siguen unidos desde el vientre, les dicen que sigue vivo.
Salió de su casa a las 6 de la mañana. Preguntó en un comando cercano de la Guardia Nacional y no la atendieron. Fue a una estación de policía y ni la miraron mientras tomaban café. Y, redundante y repetidamente, como una de las típicas historias de telenovelas, en una tercera lo encontró: no muy lejos de su última ubicación, en Vuelta de la Culebra.
La dejan entrar y corre a verlo. Se sienta a su lado y lo abraza. De lejos lo ha visto como un cadáver. Ya se acerca, como Daratu.
Abrazó a su mamá y luego alcanza enviar un desesperado mensaje hasta San Juan, Tucupita: no he podido besarte.
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