Tomás Barreto perdió una batalla de la que jamás podrá recuperarse, las otras, con sus más y sus menos, fueron escarceos en los que, si no se impuso antes lo hizo después.
No sabía lo que era dar una causa por pérdida, siempre volvía a la carga y de una u otra forma hacía valer su voluntad, era un hueso duro de roer.
Desde muy joven hizo suyo un pensamiento del premio Nobel de Literatura, Ernest Hemingway, “El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido pero no derrotado», y lo aplicó a rajatabla toda su vida.
Genio y figura hasta la sepultura, nunca le fue indiferente a nadie, se hacía notar.
Desde los medios, las tarimas, los espectáculos, las tribunas públicas y la lucha de calle, se constituyó ÉL solo, sin ayudas, en el frente de lucha ideal de toda organización política. Tomás equivalía a un ejército completo y sus aliados y rivales lo sabían; si hubiera sido boxeador, no habría forma de quitárselo de encima, era un extraordinario fajador.
Por eso su muerte nos sorprende, lo hacíamos vencedor, lo suponíamos victorioso, anhelábamos verlo desplegando toda su artillería, para gusto o disgusto de quien fuera, en la primera línea de combate, al pie del cañón.
“El amigo solidario” tomó un vuelo por adelantado, que más adelante habremos de tomar; cuando lo hagamos y nos reencontremos, le diremos de nuevo lo que varias veces le expresamos y que nunca cambiará: nuestro más profundo respeto Tomás.
Dios acaba de recibir el mejor escudero celestial. Vida eterna amigo.
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