Con galletas de soda y leche de larga duración sobrevivió Picho al secuestro

Nada de lo que experimentó Simplicio Hernández previamente, ni siquiera la detención por parte de la temible DIGEPOL, al sindicársele de apoyar a los grupos guerrilleros en los lejanos 70, lo preparó para lo que habría de atravesar a sus 84 años.

Al descender del lanchón en que lo transportaban sus captores aquella infausta noche del 6 de septiembre de 2012, debió recorrer con el agua al cuello unos 100 metros aproximadamente, abriéndose camino entre la tupida maleza fluvial, hasta acceder al islote recubierto por las copas de frondosos árboles, en el que habitaría los próximos 30 días.

Allí comenzaría su verdadera odisea personal con el único recurso a mano de aprovechar sus extensos conocimientos, aplicándolos a una situación extrema en aras de espantar la muerte.

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Mientras que, en la capital deltana la gobernadora, doctora como su padre, Lizeta Hernández, imploraba en los medios de comunicación que le suministraran las medicinas que correspondían a la condición física y el estado de salud del octogenario, Picho solicitaba galletas de soda y leche pasteurizada envasada de larga duración para sostenerse.

A esa dieta se aferró el galeno en porciones mínimas rebajando paulatinamente de peso, con la certeza de que era la única posible para sobrevivir al secuestro.

Incluso, al arreciar la persecución de la organización criminal con vuelos sobre el sector en que se encontraban, con visibilidad casi nula del área debido al techo vegetal de la zona arbolada, que apenas dejaba filtrar tenues rayos de luz, obstaculizando por espacio de 7 días el suministro de alimentos transportados desde una embarcación que partía del puerto de El Caigual, optó por no comer antes que infectar con alimentos sin la adecuada higiene, su debilitado cuerpo.

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Fueron los momentos más difíciles, en los que, al no contar con suministros los dos custodios, apertechados con ametralladoras, se plantearon ejecutarlo y huir, abortando la operación. Simplicio soportó estoicamente la circunstancia, ralentizado sus movimientos para mitigar el hambre y poder esperar con brío el hipotético rescate.

Fue su apariencia física, con unos 10 kilos menos y bastante debilitado, lo que echó por tierra los comentarios maledicentes de que su hija lo había escondido para obtener el triunfo en las elecciones de ese año a la gobernación.

También fue la muestra del esfuerzo sobrehumano que hizo para mantenerse vivo y con una reserva mínima de energía en el caso de ser abandonado a su suerte y verse obligado a huir dando brazadas del islote en que se encontraba.

La gobernadora deltana solicitaba en cadenas radiales y televisivas que le suministraran los medicamentos prescritos

Cabe destacar que sus habilidades de excelente nadador, adquiridas en la infancia al lado del mar en su natal Puerto Cabello, le permitieron salvarse en una ocasión al zozobrar la lancha en que hacía campaña en una de sus tantas incursiones políticas, confiando en que sucedería de nuevo.

Al ser liberado, a la par del suero intravenoso, las salvadoras galletas de soda fue prácticamente lo primero que ingirió hasta ir adaptándose al consumo de otros alimentos.

Sufrió mucho su familia mientras permanecía ausente y tuvo Picho su enorme cuota de padecimiento, al someterse a una rigurosa dieta concedida a regañadientes por los secuestradores, que a la postre le garantizó 7 años más de existencia lucido y activo.

Si algo le sobró fue determinación y eso hizo que se despidiera físicamente constituyéndose en ejemplo de juventudes y protagonista destacado de nuestra historia.

Paramilitar desmovilizado secuestró a Picho

 

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