Claudio Fermín: El bloqueo nada resuelve y todo lo empeora

Son muchos los asuntos que se abordan a diario en el debate político. Sobresalen los reclamos de comunidades desasistidas de servicios básicos como dotación de agua, luz eléctrica, gas doméstico y transporte; la defensa de derechos humanos fundamentales y la denuncia de violación de los mismos; la pérdida de valor de la moneda, la erosión de los salarios y su disminuida capacidad adquisitiva; la confrontación total que ve en el interlocutor de opinión contraria un enemigo irreconciliable; la producción y comercialización de alimentos y de productos de primera necesidad; como también las alternativas que desde la oposición se proponen para el cambio político y las reorientaciones en política económica.

Todos son temas de gran entidad. Son problemas de carne y hueso sobre los cuales aspiramos respuestas concretas de quienes influyen y ejecutan las decisiones públicas.

Sin embargo, una cuestión cardinal ha recibido mucha menos atención de la que se merece dado el terrible impacto que tiene en la economía nacional, la capacidad de respuesta del Estado y la calidad de vida de la población. Se trata del bloqueo económico al que hemos sido sometidos desde hace un lustro.

Es escandaloso y perverso que varias potencias se confabulen para que un país no pueda comercializar los bienes que produce, lo que tiene que ser descrito como un crimen cuando se trata de un país mono productor que al ver obstruidas las vías para vender el bien del cual depende su economía queda entonces en estado de indefensión.

Las empresas y los países que desean intercambios comerciales con nuestro país, son sometidos a un chantaje en gran escala. Si entran en relación con Venezuela son vetados por las potencias chantajistas para operar en esos países. La extorsión funciona porque la economía venezolana no sólo está desmantelada y disminuida, sino que es, además, muy pequeña. Desde esa lógica ningún país va a dejar de acceder a un mercado de trescientos treinta millones de habitantes, como el de Estados Unidos, para negociar con un mercado pequeño como Venezuela. Son pocos los países que se atreven a desafiar ese condicionamiento.

Esa fue la política impuesta por el gobierno de Donald Trump y que prevalece en estas semanas iniciales de la administración de Biden.

El objetivo de este arrinconamiento es provocar un colapso económico que lleve al caos e implosiones sociales para que diferentes factores, entre ellos el militar, se vean presionados para conjurarse y deponer al gobierno.

El bloqueo económico ha sido promovido por sectores que ven en ese mecanismo una manera de agravar la crisis para alcanzar el poder. Si Venezuela no encuentra compradores para su petróleo, no ingresarán recursos a las arcas nacionales y en consecuencia el Estado no puede atender la demanda, entre muchas cosas, de mejores salarios; dotación de hospitales y producción de medicinas; ampliación y mejoramiento de la planta física de escuelas, liceos y universidades; programas de asistencia social para la población más necesitada; dotación de servicios básicos esenciales como agua y luz para las comunidades.

El bloqueo económico es una puñalada contra el país. Es la más grave agresión que los venezolanos hemos recibido. Es un acto salvaje. Es una acción política para llevar a Venezuela a la ruina con el fin de que la élite que lo promueve acceda al poder. El bloqueo económico nada resuelve y todo lo empeora. Es un absurdo.

Algunos pretenden desestimar el daño causado por el bloqueo económico y salvaguardarlo como acción política válida con el argumento según el cual la crisis es previa a las sanciones. Ese cinismo argumental es inadmisible. Está claro que la crisis se generó y desarrolló mucho antes que la imposición de las sanciones. Así ocurrió con las empresas básicas de Guayana, con la industria textil y del calzado, con la producción de alimentos, con el turismo, la agricultura y con la industria petrolera. La respuesta ante la existencia de esa terrible crisis no puede ser agravarla, que es lo que se han propuesto con las sanciones. Los problemas hay que resolverlos, no empeorarlos.

Grave precedente el que cada vez que a una potencia extranjera o a un grupo de ellas no les guste un gobierno entonces se ponen de acuerdo para deponerlo sometiendo a su pueblo a privaciones de toda índole. La supuesta ayuda humanitaria que tanto cacareaban los artífices de esas sanciones terminó en hambre y miseria.

Es hora de poner al bloqueo económico en el centro del debate. Este es el tiempo en que estudiantes, transportistas, comerciantes, amas de casa, pescadores y agricultores, universitarios y obreros, venezolanos todos, debemos unirnos en un solo frente para denunciar ante el mundo la agresión de la que somos objeto.

Este tema no debe seguir como secundario en la agenda política. Con bloqueo económico no hay enmienda ni rectificación que pueda llevarse adelante en materia económica. Con bloqueo económico no hay paz ni bienestar. Es hora de unirnos todos contra esta grave amenaza que algunos extraviados presentan como un logro y que encima reclaman más sanciones. Esos ni sienten ni quieren a Venezuela.

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