Agobiado entre dos polos, Ramón Jiménez insiste en avanzar. Por la calle del medio, desprendidos de uno u otro radicalismo.
Con el severo aprendizaje que nos produjeron las experiencias previas y pensando en un futuro distinto.
Allí está el problema, quizá aún no terminamos de aprender y el proceso se tome más tiempo del previsto.
Para eso el profesor tiene también solución, como un largo match entre Karpov y Kasparov, agotador física y mentalmente, lo importante es seguir adelante sin rendirse, quebrarse o desvanecerse, algún día, más pronto que tarde, sobrevendrá el jaque mate y daremos inicio a un nuevo destino.
1.- ¿Cuál ha sido el motivo de las medidas de embargo y bloqueo?
RJ: Con la idea de eliminar “la amenaza inusual y extraordinaria” que, según Obama, significaba Venezuela, los Estados Unidos implementaron las medidas de sanciones y bloqueo. Este plan diabólico fue implementado por Donald Trump y apoyado por un sector de la oposición. Consistía en lo siguiente: acelerar la destrucción de la economía, para crear un caos general producido por una hambruna colectiva que obligaría al pueblo a protestar y crear desórdenes incontrolables. Entonces, cuando el régimen utilizara la violencia a gran escala para reprimir y asesinar a los ciudadanos, las condiciones estarían dadas para una “intervención humanitaria”, es decir, una intervención militar.
Ese nefasto plan no era viable ni necesario. Los venezolanos habían demostrado madurez política en 2015, cuando dieron el gran paso para cambiar un gobierno que había escogido el modelo equivocado. Pero los dirigentes no estuvieron a la altura de las circunstancias y se convirtieron en promotores de una fantasía que encontró eco en la población porque era lo que querían oír, la salida rápida de Nicolás Maduro. Insertaron una especie de “chip” que ha costado desinstalar. Todavía algunos dicen: “es que esas medidas son contra Maduro, no contra el pueblo”. La realidad dice otra cosa.
2.- Pero, ¿cuáles han sido las consecuencias del plan?
RJ: Se cumplió uno de los objetivos: acelerar la destrucción de la economía. Pero los venezolanos, ante esa tragedia, no cayeron en la trampa para ser asesinados y prefirieron huir del país que, por ironía, tiene las riquezas naturales más grandes del planeta.
En lo político, las consecuencias no han sido menos nefastas. El fracaso de ese plan criminal, aunado al de un interinato ficticio, que solo logró el enriquecimiento de su entorno, ha traído consecuencias negativas que parecen irreversibles para ese grupo de “dirigentes”. Cientos de presos que, sinceramente, creyeron en esa “salida”, hoy esperan ser amnistiados a través de la “negociación” de México.
Por su parte, el régimen ha utilizado el “discurso de las sanciones” de forma miserable, no solo como excusa para ocultar su rotundo fracaso, sino para ejercer mayores controles sobre la población y como argumento ideológico para su militancia y las fuerzas armadas.
La frustración y la decepción ante dos sectores, que parecen acordados en una simbiosis perversa para destruir al país, deben servir de estímulo para que cada ciudadano asuma su rol como agente de cambio; para ello contamos con suficiente moral. Pero hay que actuar, porque la pasividad nos hace cómplices e irresponsables por omisión.
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