Parecidos en muchos aspectos, casi de igual edad y una hija bebé cada uno como mayor patrimonio, dejaron sus hogares desolados al partir.
José León Rico y Andrés Gómez Cifuentes cometieron un solo error: defender a los suyos y pagarlo con la vida. Puede que tanto énfasis en impedir que los barbaros asesinos pusieran un dedo sobre sus conyugues e infantas, haya sido innecesario, sin embargo, era su condición: sobreprotectores, nobles y aguerridos, y así murieron.
Vivian cerca y fallecieron –con días de diferencia- en forma similar, en horas parecidas, víctimas de proyectiles supuestamente disparados con un chopo, que pudiera ser el mismo.
Sus conyugues los lloran como si hubiera sido hoy, sus pequeñas princesas llevan un pozo constante de tristeza en el alma, sin comprender por qué, y la sociedad espera que caigan los responsables y purguen la pena que merecen.
Cumplimos con recordarlo y mantenerlos vigentes, para que se haga justicia y no vuelva a ocurrir.