Aunque parezca mentira, ya transcurrió un mes. Dirían los comunicadores, parece que fue ayer.
El 2 de febrero del presente año, fue hallado el cuerpo inerte del Padre Josiah K’okal Asa.
La humanidad del presbítero de origen africano, pendía de un frondoso árbol de mango en la carretera nacional, a menos de 1 Km de la alcabala “El cierre”, en zona monaguense.
Lo encontraron sobre las 10 am, un día después que saliera de la casa de misión en el sector Paloma del municipio Tucupita, a bordo de su bicicleta montañera, y a unas 21 horas de ser visto con vida por última vez.
De él será recordado su carisma y posiblemente las exequias más sentidas que se hayan apreciado en tierras deltanas.
Si en su patria adoptiva, Kenia, lo despidieron con alegría, celebrando el encuentro con el Señor, en la nación del Warao hubo dolor por su partida. Un llanto lastimero y profundo que todavía hoy, eriza la piel.
Es menester señalar que K’okal nació en Uganda, huyendo su familia cuando era un niño, de la feroz dictadura del “carnicero” Idi Amin Dada, conociendo desde la más tierna infancia, la realidad de los desplazados.
Con 54 años fecundos, derramando Fe y esperanza, llegó la hora de su viaje inmemorial. Las demostraciones de afecto inconmensurable y admiración manifiesta, fueron la prueba fehaciente de que su existencia no transcurrió en vano.
El “bare mekoro” de la sonrisa inmensa será recordado con una homilía a las 9 am, sobre el río que tantas veces navegó y en la puerta de entrada al estado que amó.
Sin duda, la voz torrencial que lo caracterizaba y su espíritu estarán presentes, de alguna forma se hará sentir. Puede que sea un trueno o la percusión de las aguas al chocar con las compuertas, lo cierto es que se manifestará y entonces estará más presente que nunca en nuestros recuerdos.
Waba (término warao): muerte.
